No odiarás comienza con una escena de la infancia de Simone en la que está junto a su padre a la vera de un río. Ese hombre, sobreviviente del Holocausto, tiene una caja con gatitos bebés a los que, luego de que su hijo elija uno para quedárselo, ahogará en el agua, no sin antes decirle que a veces hay que hacer cosas que no nos gustan.
Sabiendo que la trama incluirá al nazismo, suena a preludio de una de esas películas destinadas a señalar con el dedo el estado de decadencia social del mundo contemporáneo. Sin embargo, No odiarás es otra cosa: un film acerca de un hombre sometidos a un dilema de consecuencias impredecibles.
Ese dilema se genera cuando presencie el accidente de un auto cuyo conductor tiene un símbolo nazi en su pecho, por lo que, en lugar de ayudarlo, se queda observando su lenta agonía, generando una culpa que se traducirá en una obsesión que lo lleva a contratar a la hija de la víctima como ama de casa, para bronca de su otro hijo, quien “heredó” de su padre un odio extremo hacia los judíos.
Las luces de alerta se encienden ante una apretada nada amable de ese jovencito para que Simone (el impenetrable Alessandro Gassmann) deje en paz a su familia. Pero es entonces cuando el film se corre de la senda del alegato político más obvio para, en cambio, mostrar el entramado que empieza a construirse entre ellos.
Aunque con algunos giros demasiado forzados en su guion, No odiarás logra indagar en los pliegues emocionales más contradictorios de hombre parco y taciturno, tan reputado como solitario, generados por su incipiente relación con esos chicos agobiados por deudas. Chicos cuya fragilidad tiñen al film de un aura tan triste como enigmática.