La ópera prima de Mauro Mancini se muestra ambivalente. Se trata de una propuesta gélida, sombría, distante, sobre un tópico crudo y movilizante, sobre las heridas abiertas, sobre cómo el horror del pasado borbota en un presente donde se sigue combatiendo el odio con la angustia de lo heredado. En este caso, el protagonista es Simone (Alessandro Gassman, en una interpretación medida), un cirujano que vive en la ciudad de Trieste y que convive con el duelo por la muerte de su padre, un sobreviviente del Holocausto cuya partida, para su hijo, resulta más resonante que su presencia, como la primera secuencia del film deja al descubierto.
En esa secuencia de diálogo padre-hijo, el agua se erige como imagen simbólica de un bautismo que llega a destiempo, pero que marca el destino del protagonista y su accionar con esa historia familiar impactando en lo cotidiano.
En su vida adulta, Simone practica remo y el agua vuelve a irrumpir con la misma fuerza con la que un accidente de tránsito cambia el curso de las cosas. Dentro del auto, halla a un hombre herido al que intenta salvar. Al notarle un símbolo nazi en su cuerpo, lo deja morir, y luego la culpa lo conduce a rastrear a sus hijos y desentrañar su propia historia.
No odiarás tiene una primera mitad muy sólida, en la que esa mirada quirúrgica del realizador funciona cuando el relato va cobrando forma de thriller. En su último tramo, en cambio, se vuelca a un sentimentalismo que va en detrimento de ese dilema ético planteado inicialmente y que rebota en la actualidad.