El 21 de diciembre de 2012 fue la fecha que astrónomos mayas predijeron, miles de años atrás, que el mundo atravesaría el fin de una era y el comienzo de otra, cosa que a las claras nunca ocurrió. En septiembre de 2022, la Justicia argentina allanó un local donde, tras la pantalla de una escuela de yoga, funcionaba una secta que captaba personas vulnerables y las sometía a la servidumbre y la prostitución. Separados por una década y sin aparente relación entre sí, son dos acontecimientos que de algún modo resuenan luego de ver No quiero ser polvo, coproducción mexicano-argentina que se estrena en medio del fervor mundialista que vive nuestro país.