No quiero ser polvo es una película minimalista de corte fantástico que demuestra que con poco se puede decir mucho. Dirigida por Iván Lowenberg y en co-producción entre México y Argentina, protagonizada por Bego Sainz, Anahí Allué y Eduardo Azuri.
No quiero ser polvo narra la historia de Bera, una mujer obsesionada con la espiritualidad y la auto-ayuda esotérica, en el momento en que empieza a dudar de sus creencias, su gurú le informa que se viene un cambio drástico interdimensional que ayudará a la humanidad, sin embargo, traer un apocalipsis consigo.
El principal acierto de No quiero ser polvo es saber contar una historia simple y efectiva manteniendo un perfecto timing para su trama. La película nos adentra en la vida de Bera y sus creencias posicionando al espectador como un participante de la duda. Esto se debe a la buena argumentación que realiza el director y guionista de la cinta, metiéndonos de lleno en el mundo del New Age contemporáneo y los límites de su creencia.
Debemos remarcar el buen trabajo actoral de Bego Sainz en, no solo protagónico, sino también su primer papel en el cine. Ella se siente muy natural dándole vida al personaje, la vemos cambiar de emociones muchas veces y logra transmitir los dictámenes del guion con su mirada.
No quiero ser polvo juega todo el tiempo con el verosímil de la historia y la psicología del personaje, teniendo en el tercer acto un giro que nos mantiene enganchados a la pantalla en los últimos minutos del metraje. El guion y la actuación de la protagonista, son, sin dudas, el fuerte del film. Las demás actuaciones no destacan, pero tampoco se sienten forzadas. La fotografía se mantiene al nivel del bajo presupuesto, pero manteniendo un nivel de enfoque profesional. Se nota que estamos ante un director joven, pero con experiencia.
En fin, No quiero ser polvo es una muy buena propuesta para quienes gusten del cine fantástico, minimalista y de autor. Quienes busquen grandes efectos especiales debo decirles que esta no es su película.