La italianidad al palo
El popular cómico Checco Zalone ofrece una crítica (tibia, liviana y bastante obvia) a la burocracia y otras miserias de su país.
Con casi 10 millones de entradas vendidas y 73 millones de dólares de recaudación (récord histórico en Italia), esta nueva película de la dupla Gennaro Nunziante-Checco Zalone tras los éxitos de Cado dalle nubi, Che bella giornata y Sole a catinelle es una exaltación del típico chanta que vive de las ventajas de ser empleado público. Con algunos chispazos divertidos, pero demasiados estereotipos, parece más un film de consumo interno que una propuesta de eficaz llegada internacional.
Cómico, músico, presentador, guionista y actor, Checco Zalone es una mezcla de Marcelo Tinelli con Guillermo Francella. A ese nivel llega su popularidad en Italia. Aquí -manteniendo para el personaje su nombre (artístico)- interpreta a un empleado vitalicio de la administración pública. La vida relajada, llena de privilegios y escasa en obligaciones (tiene 38 años y aún vive con sus padres), se empieza a desmoronar cuando un recorte en el presupuesto del Estado lo enfrenta a la posibilidad de perder el tan cómodo “puesto fijo”. Las ofertas para un retiro voluntario son cada vez más tentadoras, pero él se niega. La funcionaria que “debe” conseguir su salida lo traslada de su pueblo natal a los lugares más exóticos e inhóspitos, pero él no renuncia, como sostiene el título de estreno local. Hasta lo mandan a Bergen, Noruega, y terminará adaptándose (por un tiempo) a las costumbres locales y a la extravagante familia de su nueva pareja.
El humor de Zalone es bastante obvio, subrayado más de la cuenta, pero hay que admitir que se mueve bastante bien en el terreno del absurdo y disfruta del ridículo. De todas maneras, esta mirada a la italianidad al palo está más cerca de apuestas como las que en España se hizo con Ocho apellidos vascos y su secuela Ocho apellidos catalanes que a la "sofisticación grasa" del Paolo Sorrentino de La grande bellezza.
La película se ríe todo el tiempo de la corrección política (lo cual regala pasajes simpáticos como las escenas de nuestro antihéroe en la eficiente y tolerante Noruega), pero a sus lugares comunes le suma una resolución demasiado torpe, complaciente y, sí, políticamente correcta. La crítica más punzante, así, queda enterrada casi por completo por un desenlace concesivo y tranquilizador.