Vagancia que divierte
Quizás el mayor éxito comercial del cine italiano radique en reírse de los defectos de la sociedad representados en la película. Defectos estereotipados, llevados al extremo como si se tratase del sketch de Antonio Gasalla de la empleada municipal. Mucho imaginario circula alrededor de los empleados estatales y el film logra extraer esos casos paradigmáticos que el público reconoce para ponerlos en pantalla y sacar sus mejores momentos.
Checco (Checco Zalone) es un vago, pero no uno natural o de nacimiento, sino uno formateado por su trabajo que le permite gozar de beneficios extraordinarios y abandonar el espíritu de esfuerzo. Beneficios a los que el hombre se niega a renunciar cuando una remodelación del Estado quiera dejarlo en la calle pero sin echarlo por su frondosa indemnización. De esta manera el tipo es cambiado de oficina hasta ser derivado a lugares inhóspitos con el fin de que presente la afamada renuncia.
La película se presenta como una comedia romántica cuya fantasía e imaginarios están presentes en todo momento. No hay ningún tipo de representación de la realidad sino la clara intención de elaborar un imaginario que pueda darle una curva de transformación al personaje principal de un extremo al opuesto en hora y media de duración. El tono de comedia explota los estereotipos al máximo siendo la primera mitad, la de Checco vago, parásito del Estado, mostrándose un mediocre feliz, la más divertida. Divierten las referencias certeras y efectivas a esos rasgos “criticables” de los empleados estatales (la que se pinta las uñas, el que habla por teléfono “gratis”, etc.).
La buena comedia italiana siempre fue ácida en graficar aquellos personajes surgidos de las grietas del sistema: Los inútiles (I Vitelloni, 1953) o El cuentero (Il bidone, 1955), de Federico Fellini, entre los clásicos, o El arbitro (L'Arbitro, 2014) para ir más cercanos en el tiempo. Sino ver la figura del político (chanta, corrupto) cuya representación no cambia en el cine italiano desde Milagro en Milán (Miracolo a Milano, Vittorio De Sica, 1951).
La segunda mitad del film muestra la historia de amor y redención moral del protagonista. Aquel que en la exigencia por sobrevivir de otro modo que no sea achanchado en su cómodo trabajo de oficina lo obliga a ser mejor persona y salir de la mediocridad en la que se encuentra estancado. Si nos separamos del tema del “empleado estatal vago” del film, podemos ver que la curva moralmente redentora es más que habitual en este tipo de comedias. ¡No renuncio! (Quo Vado, 2015) maneja los tiempos muy bien para mostrarse novedosa en ese camino ya transitado. El otro punto a favor es el carisma y gracia de Checco Zalone, ideal para balancear los momentos cómicos y emotivos con la misma frescura y atractivo.
No por destacar sus valores hay que dejar de reconocer que el momento social en el que la película se estrena en Argentina es muy desacertado, donde se estigmatiza a diario en los medios de comunicación a los empleados estatales como excusa para echarlos sin ningún tipo de justificación. Que el cine estigmatice situaciones sociales para hacer una crítica es una cosa, que un gobierno utilice imaginarios para llevar a cabo políticas de achicamiento del Estado es otra muy distinta.