Se supone lógico el escepticismo frente a una película que se anuncia como “la más taquillera”, en lugar de “la mejor” (si esto fuese posible). Por ejemplo, hace dos años tuvimos la desagradable presencia de “la película mexicana más taquillera de la historia en Estados Unidos”, y si bien se sabe del gusto poco refinado del cinéfilo norteamericano promedio, aquella “No se aceptan devoluciones” (2013) era demasiado burda para ser cierta. Pues bien, así se anuncia éste estreno proveniente de Italia. “La comedia italiana más taquillera de la historia”.
Separemos los tantos. El cine comercial (llámese al que lleva público masivo a las salas, independientemente de sus virtudes artísticas) de Francia, Italia, Holanda, España, Peruano, etc, etc; es de una manufactura doblemente tamizada. Primero por un lenguaje narrativo claramente yanqui, y segundo por un ritmo cuasi televisivo tirando por la borda, en la mayoría de los casos, la posibilidad de interpelar la capacidad decodificadora del espectador, el uso de las metáforas, la sutileza o siquiera establecer un vínculo lúdico entre la obra y el que la mira. Es todo directo, sin filtros, rápido. Como si hubiese un switcher master en lugar de un compaginador.
En este contexto se inscribe “¡No renuncio!”. Pero fuera de aquello señalado anteriormente, resultará realmente divertida para quien se deje llevar por el código y el registro actoral del personaje principal. Checco (Checco Zalone) es la perfecta definición del chantún argentino salido de los años locos. Además es misógino y vulgar e italiano. Hace de la comodidad un culto y de la circunstancia una ventaja. Los primeros diez minutos enteros son para un monólogo sobre el empleado público, tanto por lo que se dice como por las imágenes.
Para Checco tener un puesto fijo es el máximo logro al cual se puede aspirar por la enorme cantidad de ventajas que da chupar de la teta estatal. Cobrar sin hacer nada. O casi nada. Y eso se traslada a su vida personal, viven en la casa de sus viejos, la madre le cocina y plancha, la novia ocupa un lugar mientras no moleste, etc. Sí. Nuestro protagonista es ñoqui y se vanagloria de ello. De tal palo tal astilla, porque el padre lo llevaba de pequeño a la administración pública mostrando que desde hace mucho tiempo el Estado ha creado una dependencia enfermiza, anquilosada y estructuralmente obsoleta.
Los ñoquis (y los empleados estatales que trabajan de verdad también) andan horrorizados porque el cambio de gobierno trae consigo, un recorte violento que amenaza con despidos y otras menudencias (teléfono para el Presidente). Algunos aceptan retiros voluntarios, otros;, algún traslado a cargo de la Dra. Sironi (Sonia Bergamasco), quien termina manteniendo una cruzada personal contra el único que no acepta arreglo alguno, aunque lo trasladen a lugares realmente insólitos, actitud que, por otra parte, explica el título vernáculo.
Con una impronta absolutamente televisiva, gags que funcionan por montaje y un apoyo exclusivo en el histrionismo de Checco Zalone, el director Gennaro Nunziante mantiene vivo a lo largo de 90 minutos, el mejor elemento dramático con el que cuenta: la doble moral. El guión apuesta a una fórmula ilógica consistente en saber construir un personaje detestable y querible a la vez. Como cuando vemos esos ladrones simpáticos y entradores, pero dispuestos a poner una bomba para robarse la guita de un banco. En el caso de Checco es conocer por dentro algunas de las razones para entender la burocracia de las instituciones públicas a partir de un tipo “vivo”, pícaro, ventajero, pero a la vez cínico, cretino, y aprovechador. Ese es el punto de equilibrio que lleva a “¡No renuncio!” a ser una comedia muy efectiva cuando se ocupa del personaje y sus contradicciones, y demasiado liviana cuando vira hacia el lado de la historia del amor que todo lo cambia o lo transforma.
Son demasiados los puntos de contacto con nuestra sociedad como para entender por qué éste será probablemente un gran éxito en la Argentina. Aportará poco a la originalidad de la forma, pero el contenido alcanza y sobra para reírse con ganas.