UN DIGNO HEREDERO
La comedia italiana es uno de los conceptos más maltratados en la historia del cine, principalmente porque lo televisivo ha avanzado notablemente sobre la cinematografía de aquel país y porque la falta de autores importantes ha terminado por convertir al género en un reservorio de lo más rancio y conservador de la sociedad. De ahí, también, el notable éxito comercial: un poco, digamos, como sucede con buena parte de la comedia que se hace en Argentina. Pero de repente un producto como ¡No renuncio! aparece como una anomalía, y sin correrse demasiado de la estructura convencional demuestra que con un par de gestos la comedia puede recuperar su mejor tono.
¡No renuncio! tiene el elemento fundamental que estas comedias precisan: el capo-cómico. Y Checco Zalone, bajo la batuta del director Gennaro Nunziante, es el ejecutante perfecto de una serie de bufonadas que retoman algunos de los puntos claves de las históricas comedias de Mario Monicelli o Dino Risi. Es decir, una mirada crítica y descarnada sobre el propio ser nacional, que si abusa un poco del costumbrismo tiene la virtud de hacerlo sobre la base de un sincericidio muy divertido. Zalone interpreta aquí a un empleado público, un tipo aferrado a su puesto casi de manera patológica, que con tal de no aceptar el retiro voluntario (y rechazando importantes indemnizaciones) prefiere ser trasladado a los destinos más inhóspitos del mapa italiano. Incluso, acepta ser trasladado al Polo Norte. Si hay algo por lo que ¡No renuncio! sorprende, y de ahí su carácter contemporáneo, es la velocidad: eso le permite no sólo tener un ritmo sostenido en base a situaciones humorísticas que se acumulan a otras, sino fundamentalmente amortiguar el efecto nocivo de aquellos chistes malos o rancios con otros mucho más ocurrentes que están por venir. Hay situaciones decididamente inventivas, y lo positivo es que muchas de esas situaciones están compuestas por ideas que sirven para profundizar la burla sobre ese burócrata machista y xenófobo, que es Zalone, por extensión, el italiano medio.
La otra cosa acertada que hace la película, más allá de abusar de ciertos chistes recurrentes aunque con la capacidad de agotar todas las instancias de un posible gag, es la de sostener el punto de vista del protagonista, un punto de vista bastante problemático, pero sin por eso ponerse de su lado. Obviamente Zalone terminará siendo un buen tipo y es más un pelele que un corrupto cínico, pero la película tiene la habilidad para reírse de su mirada sobre los otros más de lo que lo hace sobre los otros. Su paso por Noruega, enfrentando la civilización a la barbarie italiana, es un gran ejemplo de esto; también la forma en que soluciona un conflicto entre dos de los hijos de su novia. ¡No renuncio! acepta también el chiste incómodo, jugando en un peligroso filo sobre la corrección política.
Por eso es que el film se resuelve de una manera bastante insatisfactoria, ya que abandona su maldad caricaturesca para caer rendida ante un voluntarismo y una bondad exacerbada. Hasta los personajes más odiosos tienen su espacio de redención, pero eso no sucede como en las comedias de Adam Sandler (a quien más se le parece Zalone de los comediantes contemporáneos) de una manera fluida, sino por la más rudimentaria manipulación. Con estos reparos, ¡No renuncio! es casi una joya dentro del decadente panorama de la comedia industrial italiana.