Everybody knows you’ve been steppin’ on my toes
And I’m gettin’ pretty tired of it
You keep a-steppin’ out of line
And a-messin’ with my mind
If you had any sense, you’d quit
Papá se volvió loco
En 2016, Don’t Breathe terminó de cimentar -de la mano de San Raimi- al tándem formado por los uruguayos Fede Álvarez y Rodo Sayagues. Luego de probar suerte con la (muy buena) remake de Evil Dead, Raimi le ofreció al dúo la posibilidad de iniciar su propia franquicia. La aprovecharon: Don’t Breathe era un thriller solidísimo cuyo hallazgo consistía en invertir la dinámica del thriller de home invasion; aquel subgénero en el que uno o más personajes indefensos reciben la visita intrusos indeseados que los obligan a defenderse (convirtiendo al hombre en lobo del hombre) se subvertía colocándonos en el punto de vista de los intrusos. Tres jóvenes en busca de plata fácil buscaban escapar de la arrasada Detroit asaltando la casa de un hombre mayor ciego (Stephen Lang). Sin embargo, una vez adentro de la casa, los ladrones se daban cuenta de que estaban ante un desafío muy por encima de sus capacidades: el anciano era un marine entrenado con un siniestro y peligroso secreto.
A pesar de que la secuela no tardó en anunciarse, tuvieron que pasar cinco años hasta que Álvarez y Sayagues decidieron volver al universo de Don’t Breathe. Esta vez, decidieron invertir los roles: ambos firman el guion de esta secuela, pero Fede Álvarez le cede la dirección a Sayagues. Hablar de inversiones es relevante a la hora de hablar de esta película y no sólo en el plano técnico, sino en la elección del punto de vista: Don’t Breathe 2 recupera el personaje Norman Nordstrom, el Hombre Ciego (Lang) y lo coloca en un conflicto que no guarda ninguna relación con el de la película anterior; esta vez, el punto de vista elegido para contar la historia es el suyo. Contar una nueva historia desde el punto de vista del villano resulta una jugada en apariencia riesgosa y podría haber resultado interesante y perturbadora, si la película no resultara tan formulaica y precariamente escrita como esta.
La película comienza con la pequeña Phoenix (Madelyn Grace) huyendo con sus últimas fuerzas de una casa en llamas. Poco después descubriremos que fue adoptada por Nordstrom, quien finge ser su padre biológico y la entrena rigurosamente en prácticas de supervivencia junto a Shadow, su rottweiler. Bajo la estricta tutela del marine, a Phoenix se le complica hacer amigos; excepto por las escasas salidas que Nordstrom le permite bajo la tutela de la ranger Hernández (Stephanie Arcila), la niña no abandona casi nunca la casona en los suburbios donde viven. La situación empieza a alimentar el rencor de Phoenix hacia su padre paranoico y obsesivo, que no está dispuesto a concederle a su hija la posibilidad de vivir una vida normal. Inevitablemente, el peligro dirá presente y tocará la puerta: un grupo de facinerosos comandado por Raylan (Charlie Sexton III), aparentemente vinculado al contrabando de órganos, decide invadir la casa durante la noche para llevarse a Phoenix. Nordstrom no estárá dispuesto a ponérsela tan fácil a los malos e iniciará una violentísima carnicería para evitar que se lleven a su hija.
Digo “los malos” porque, donde la primera Don’t Breathe apostaba a difuminar el maniqueísimo bueno-malo a la hora de considerar sus fuerzas en oposición, la secuela resulta torpe y esquemática. En la primera película, asumíamos el punto de vista de los asaltantes porque podíamos conectar con su deseo de buscar un futuro mejor; el asalto era un one and done y, eventualmente, Nordstrom terminaba resultando un adversario tan formidable y perverso que cualquier pecado palidecía en comparación. A pesar de todo, seguíamos hablando de un grupo de personajes dispuestos a robarle a un ciego por dinero. Don’t Breathe 2 pareciera apostar a la misma estrategia, sorprendiéndonos con la elección del punto de vista y posicionando a Norstrom como un padre dispuesto a todo por su hija. Hasta el hombre más perverso puede sentir amor. Sin embargo, sus adversarios no podrían resultar más esquemáticos. Hay un giro de la trama que pretende hacernos dudar un poco con respecto a las intenciones del personaje de Charlie Sexton III, pero Sayagues no le pone mucho empeño y, en consecuencia, nosotros como espectadores tampoco. La película ni siquiera aprovecha el personaje de Phoenix para darle un rol sustancial en la carnicería. Don’t Breathe 2 podría haberse convertido en una versión ultraviolenta de Mi pobre angelito con la hija del marine en plan Kevin McCallister, rebanando cabezas y exponiendo fracturas. Eventualmente ocurre algo así, pero es más atractivo lo que la película promete para una improbable secuela que lo que realmente pasa. Sayagues intenta imitar la puesta de cámara de Fede Álvarez con menos nervio y con algunas -bienvenidas- irrupciones de gore que nos recuerda que, pese a todo, Sam Raimi está involucrado en esta película,
Don’t Breathe 2 es peor por lo que no es que por lo que es. Es odioso pedirle a una película cosas que no da, sí; pero resulta justo cuando resulta claro que la dupla creativa está operando a la mitad de su potencia. Si Don’t Breathe triunfaba subvirtiendo una matriz narrativa para honrar al género, esta secuela haragana se contenta con recuperar un personaje y plantear un periplo más o menos satisfactorio, más o menos entretenido, en el cual un marine ultraconservador y reaccionario salva el día. La película lo sabe e intenta ponerlo sobre la mesa, más como excusa que para hacer algo relevante con eso. Meterse en un berenjenal moral hubiera convertido a Don’t Breathe 2 en una propuesta potente, pero se conforma con ofrecer una excusa para que Stephen Lang despliegue todo su carisma en unas cuantas peleas bien coreografiadas y nada más.