Tres jóvenes deciden entrar a la casa de un ciego para robar. En la historia, que encierra secretos y giros, las victimarios se convierten en víctimas. El juego funciona con más suspenso que terror.
El director uruguayo Fede Alvarez incursiona una vez más en el cine de terror -antes lo hizo muy bien en Posesión infernal- con esta película que impone el eterno "juego del gato y el ratón" en medio de un clima claustrofóbico.
Tres jóvenes de Detroit quieren abandonar su vida aburrida y sin perspectivas y se dedican a robar casas. Así Rocky -Jean Levy-, Alex -Dylan Minnette- y Money -Daniel Daniel Zovatto- preparan su nuevo objetivo: el hogar de un ciego solitario -Stephen Lang, el villano de Avatar- poseedor de una fortuna que es protegido por la alarma y su perro. Sin embargo, sus planes se verán alterados cuando intenten salir con el botín.
La historia es sencilla, encierra secretos y va adquiriendo giros que la hacen más inquietante con el correr de los minutos, donde los victimarios se convierten en víctimas y viceversa. No respires sabe crear los climas adecuados de suspenso e impacta con sus sobresaltos, pero el director deja la sangre de lado para adentrarse en un territorio cotidiano donde los únicos monstruos son las personas.
Con ecos de Cujo, El coleccionista, La masacre de Texas e incluso de la más cercana Avenida Cloverfield 10, el relato trae a personajes que se encuentran con lo inesperado y son empujados a sobrevivir.
El uso de la tecnología celular funciona además como delatora para instalar el clima inquietante que la historia necesita, más allá de algunas situaciones que resultan inverosímiles -¿nadie escucha los disparos en el barrio?- y no le restan tensión al relato.
El film, producido por Sam Raimi y con la envolvente banda sonora de Roque Baños, despliega sus artilugios narrativos con una cámara que sigue a sus víctimas en la oscuridad y hasta es es capaz de meterse debajo de la cama o en un acueducto de aire. El espectador estará al borde la butaca en este juego en el que la doble moral también ocupa su espacio, entre las historias personales y la oscuridad de una casa pesadillesca.