Una pequeña guerra de supervivencia.
En un género donde no abundan las sorpresas, el film del director de Evil Dead hace gala de concisión y buen pulso narrativo.
Es la historia de Cenicienta, teñida de rojo. Supongamos que sos un fan del terror y el cine fantástico, pongámosle que uruguayo. Con unas compus caseras armás un corto sobre robots gigantes que invaden Montevideo. Lo subís a Internet. Un corto muy corto, 5 minutos. Se llama Panic Attack. Tiene una circulación viral. Lo ve Sam Raimi, el creador de la saga Evil Dead y El hombre araña, y le parece que si con un par de compus hiciste eso, con unos millones de dólares vas a podés hacer mucho más. Te dice que te vayas para allá, te ofrece filmar la remake de The Evil Dead, la primera. La filmás, te va bien de crítica y de público. Rodás tu segunda película en Hollywood, siempre con apoyo de Sam Raimi, y repetís. Tu nombre es Fede Alvarez, tenés 38 años, naciste en Montevideo y esa segunda película es No respires, un cuento de encierro y de sangre que volviste a escribir con tu compatriota Rodo Sayagues, que ya te había dado una mano con Evil Dead. En el sitio Rotten Tomatoes, que recopila las críticas de los medios estadounidenses, No respires saca un 86 por ciento de promedio, equivalente a 8.6 sobre 10. Y 83por cientio de parte de los espectadores. Estás hecho, Fede. Respirá.
Del cine clase B, No respires toma el minimalismo de su concepción general y la pintura de personajes con unos pocos trazos. Básicamente, un único escenario y cuatro protagonistas, librando una batalla a matar o morir. Tres chicos veinteañeros de Detroit se dedican a robar casas cuando los dueños no están. No necesitan forzar cerraduras: entran con las llaves, que le quitan por un rato al padre de uno de ellos, dueño de una empresa de seguridad. Dos de ellos son novios. La chica tiene buenos motivos para querer huir a la soleada California: su madre, de vida promiscua, no la trata precisamente bien, por lo cual quiere llevarse con ella a su hermana menor. Para eso necesita plata, y les acaban de pasar el dato de que un veterano de guerra que vive solo en un barrio abandonado (Detroit, que hace décadas dejó de ser el paraíso automovilístico que fue alguna vez, está llena de barrios abandonados), cobró 300 mil dólares como compensación, de parte de una mujer que mató a su hija en un accidente automovilístico. En un scouting, los tres chicos descubren que el tipo (el veterano Stephen Lang, visto recientemente en Avatar) es ciego. Pan comido. Salvo que no será precisamente pan comido. Entre otras cosas porque es veterano de guerra. Y porque además guarda varios esqueletos en el ropero.
Concisa y con una precisa dosificación de las sorpresas narrativas, No respires no es un juego del gato y el ratón sino una pequeña guerra de supervivencia, en la que en algún momento aparecerá un prisionero y se develará el paso a la locura. Álvarez y Sayagues echan leña al fuego con cantidad de detalles que riegan meticulosamente. La guerra de No respires es también un sistema de trampas y de ingenio. Lo primero dicho tanto en sentido de cacería como, en cierta medida, de fullería para con el espectador, casi inevitable en esta clase de cuento. La tensión mantiene su crescendo y la moral del relato cierra con un notable nihilismo, que lleva a preguntarse cómo habrán hecho los vecinos rioplatenses para sostener, en tierras en las que el crimen no paga, que se puede robar, matar y hacer cosas mucho peores sin que nadie se entere siquiera.