Después de filmar la remake del clásico Evil Dead, el uruguayo Fede Alvarez, con producción de Sam Raimi logra una pequeña obra maestra con No Respires, la película de género que lleva dos semanas en el número uno de la taquilla de Estados Unidos, hito que, para un director sudamericano, tiene un sólo precedente en los últimos tiempos con Mamá, de Andy Muschietti.
Esta es la película de un cinéfilo y una declaración de amor a la artesanía cinematográfica. Cada plano transpira ganas, ideas, potencia, aún los que menos funcionen en términos de estricta verosimilitud.
El planteo brilla por su simpleza: unos chicos que roban casas entran a la equivocada, la de un veterano de guerra que vive solo y está ciego. A partir de esa premisa, Álvarez y su equipo ponen a funcionar un mecanismo que, a pura creatividad, inventiva y aprovechamiento de todas las posibilidades que ofrece la edición y la puesta al servicio de la trama -luz versus oscuridad, generación (o América), presente y pasada, exterior e interior- te deja sin aliento tal y como los protagonistas, si quieren evitar que el peligroso enemigo los registre.
El uso y aprovechamiento de las locaciones es de una enorme inteligencia y creatividad. Estamos en Detroit, escenario de la crisis económica. Y en un barrio abandonado donde los yuyos se apropiaron de lo que alguna vez fueron jardines. A Álvarez le bastan dos escenas de back, sobre la vida y el entorno de su protagonista, para que la rubia Rocky nos importe y hasta nos conmueva. A través de ella, y como por la rendija de alguna de las ventanas de la casa en la que transcurre la mayor parte de la película, No Respires pinta un país que nada tiene de american dream y en el que los sobrevivientes de sus guerras sangrientas son tratados como héroe,s hagan lo que hagan y sean como sean.
No Respires, como Green Room, 10 Cloverfield Lane y hasta Room, ejemplos recientes del género encierro, hace de sus casas microuniversos lleno de recovecos y secretos que se irán develando frente a nuestros ojos, aquí a un ritmo frenético. Conductos, sótanos, armarios, puertas, zócalos adquieren en No Respires tremenda potencia dramática. Un paisaje del interior que es también el de una mente, la del dueño de casa.
Sin bajar un cambio hasta el final, No Respires tiene también un juego de ambiguedad conceptual en el que el villano es una víctima y la heroína una ladrona. Pero la lectura política es clara: ambos son producto de una sociedad desigual, violenta e injusta. Como en grandes películas del género, tiene mucho para decir aunque no pierde jamás el hilo y la convicción del desesperado cuento visual que se está contando. Una gran película.