Un policial muy francés con argumento muy yanqui
La cinematografía francesa en el siglo XX, a finales de los ´60 y principios ´70, logró hacer convivir a las ágiles comedias, los rápidos policiales (polar, en francés) y la Nouvelle Vague que tenían el factor común de contener algunas escenas inverosímiles. En los dos primeros géneros, la velocidad que se imprimía a las tramas evitaba que el espectador cuestionara las situaciones poco reales que veía (por ejemplo en “La piscina”, Deray, 1969, o en “Amor en rebeldía”, Korber, 1972), y en el particular estilo de la Nouvelle esas escenas quedaban como parte de las ensoñaciones de los guionistas.
El estilo francés de tramas con dejos de irrealidad quedó para consumo interno, porque los franceses optaron por exportar realizaciones con tramas desarrolladas de manera más lenta y haciendo hincapié en los aspectos psicológicos de los personajes.
Guillaume Canet, en el siglo XXI, en su segunda película como realizador (la primera fue “Mon idole”, 2002) tomó el argumento del best seller “Tell no one” del escritor estadounidense Harlan Coben que en sus obras literarias policiales pone como punto de investigación crímenes “ya resueltos”, lo que hace que se deshagan muchas tramas que convergían de manera artificial en una sola. Coben escribe en el estilo literario de series y por lo tanto necesita de historias paralelas, subyacentes y convergentes.
Canet, por lo tanto, no tuvo más opción que realizar un “polar” bien francés en el cual el nudo argumental central es permanentemente modificado por las numerosas subtramas, las que a su vez, con pequeñísimos detalles, dan indicios de cómo se desarrollará la trama principal. Esto último es muy apreciado por los espectadores franceses del género.
La base argumental cuenta la historia de Alexandre, un médico que aún no ha elaborado emocionalmente la muerte de su esposa en manos de un asesino serial. Su depresión se acentúa con las visitas a los padres de ella y la percepción de hostilidad de su suegro y no logra reponerse anímicamente a pesar de los esfuerzos de una fiel amiga. Pero sorpresivamente se reabre la investigación del asesinato al descubrirse dos cadáveres en la misma zona en que murió la mujer. Alexander recibe un e-mail titulado “No se lo digas a nadie”, al abrirlo es conducido al link de un video en el que puede verse de manera fugaz a su esposa con una referencia de tiempo que indica que ese video se realizó después del asesinato.
A partir de esa escena comienzan las veloces subtramas convergentes, tales como el empecinamiento policial, el tener que demostrar el protagonista que es inocente, huidas que complican las situaciones, inmigrantes que ayudan por gratitud y hasta “copains” (grupos marginales cómplices) que complican las cosas por leltad. Sin embargo Canet no ha desarrollado en profundidad, como sucede en la novela, la historia de amor (desde niños) del protagonista y su esposa, ni la de Hélène, la amiga, consejera y casi emparentada con ellos.
El cineasta con una larga y exitosa carrera como actor tiene bien claro la manera en la que debe dirigir a su elenco. François Cluzet que interpreta a Alexandre, primero hace confluir diferentes estados de ánimo, pero siempre con el trasfondo de su depresión, y luego cambia para demostrar la energía y la determinación que la ansiedad le provocan, para ello se vale de recursos habituales en Hollywood como eliminar lo gestual en las escenas de acción y demostrar destreza física poco acorde a la actividad habitual del personaje pero congruente con la situación que juega. Kristin Scott Thomas es Hélène, un personaje que está siempre en riesgo de desborde por estereotipo, pero Kristin logra mesurarlo de manera justa. Guillaume Canet se reservó para sí, el rol de Phillippe en el que se destaca por conseguir la sensación de repulsa en el espectador y hacerle desviar la atención.
Esta obra cinematográfica será apreciada por los cinéfilos que disfrutan del “polar” mucho más que del trhiller americano, por los que les gusta estar atentos para poder descubrir “el misterio” y comparar luego lo que pensaron, con lo que vieron en pantalla sin detenerse en el detalle de si una escena es verosímil o no, y también por los que tienen en claro que una realización cinematográfica de ficción es precisamente eso, ficción, y por lo tanto necesita espectacularidad, por ejemplo, en una huida.