Al joven director de No se lo digas a nadie lo vimos hace un par de años en la comedia dramática Juntos, nada más. Parece que Guillaume Canet tiene un buen respaldo en la industria, ya que si algo sorprende en su película es la cantidad de rostros conocidos que la pueblan (¿y a éste dónde lo vi hace poco? Creo que el film funciona mejor como mnemotec de estrellas francesas que como policial). Ganadora de cuatro premios César, muy taquillera en su país, la película se estrenó aquí con varios años de demora, para quedar a la sombra de una opera primera argentina presentada el mismo día. Ambas tienen en un centro un dilema similar: un hombre es acusado de homicidio, aunque los indicios suministrados por el relato indicarían que ese hombre no es el culpable.
Basado en la novela “Tell no one” del norteamericano Harlan Coben, la historia tiene algo de El fugitivo, solo que la huida del marido de la víctima no se produce luego del crimen, sino ocho años después, cuando se reflotan ciertas pruebas que lo involucran. Lo definiría como "thriller cool", una superproducción con toques suntuosos pero poca pasta, como esa persecución callejera que no tiene nada que envidiarle a la saga Bourne, pero que a la vez resulta intrascendente, puro alarde técnico. O el gesto très sofistiqué de insertar "With or whithout you" de U2 en el momento menos esperado, en medio de una psicosis que no cuaja con el recato de Bono, y todo porque se supone que deberíamos leer el conflicto del protagonista en clave romántica. Pero no, la veta romántica no alcanza densidad, como tampoco se sostienen los hilos de la conspiración, y el problema no pasa tanto por el verosímil sino por la forma caprichosa en que se le ofrece la información al espectador. Al principio se habían ocultado las circunstancias del crimen, y ahora se trata de reconstruirlas acatando los datos sueltos como vienen, a la marchanta, con un punto de vista narrativo repartido en mil trozos, uno más volátil que el otro. En el tramo final, vueltitas de tuerca mediante, empiezan a caerse las caretas, aunque para esa altura ya no nos importa quiénes estaban detrás de ellas.