¿Quién mató a mi mujer?
Filmada casi un lustro atrás (una eternidad en estas épocas digitales) y ganadora de nueve premios internacionales, No se lo digas a nadie (Ne le dis a personne, 2006) es quizás la menos francesa, en su acepción más formal y narrativa del término, de las películas estrenadas en los últimos años.
Basada en la novela homónima de Harlan Coben, la segunda película del también actor Guillaume Canet sigue el derrotero de Alexandre (François Cluzet), un pediatra aún de duelo por la pérdida de su esposa asesinada en dudosas circunstancias ocho años atrás. Pero la aparición de un cadáver y un misterioso de su esposa supuestamente fallecida -quién le dice el “No le digas a nadie” que da título al film- ponen al protagonista bajo la certeza de que quizás nada fue lo que pareció.
Aquellos que frecuenten la cartelera sabrán que el cine francés está catalogado como la antípoda del cine norteamericano. Si el primero es más reposado, amigo de la cuidada puesta en escena y una narración menos vertiginosa, de este lado del atlántico siempre hubo una predisposición mayor, tanto del público como de los cineastas (vaya uno a saber cuál surgió primero) a un cine más espectacular, entendido esto no tanto por la ingeniería visual a construir sino como la búsqueda del entretenimiento por sobre la reflexión, de la cocción de un ejercicio cinematográfico de fácil digestión y consumo rápido. Ya los elegantes y cuidadas vistas de los hermanos Lumière se oponían a la experimentación más urgente y narrativa de los cortos norteamericanos, con Edison a la cabeza.
Todo esta digresión histórica para ubicar a No se lo digas a nadie como deudor del cine norteamericano, sobre todo aquellos thrillers paranoicos de los 70 -miren el póster-, que del francés. Sí: hubo películas de ese estilo en aquellos años en tierra gala, pero poseían un espíritu crítico aquí ausente. Alexandre irá desenmarañando una compleja telaraña que parece no tener fin, donde todos aquellos que lloraron ocho años junto a él parecían estar al tanto de la pantomima que se erigía frente a sus ojos. Desde su hermana hasta su suegro, la red palpita en cada baldosa.
Pero esa omnipresencia del complot hacen de la trama un ovillo que se enreda en él mismo, dispersándose del eje central de la validación (o no) o no la muerte de Margot. Da la sensación que Canet no distingue el punto donde parar la repartija para comenzar el juego, haciendo de No se lo digas a nadie un producto entretenido y bien narrado, aunque disperso en cantidad (y calidad) de sub-tramas: drogas, policías, venganza, amores interrumpidos, todo se apretuja en poco más de dos horas.
No se lo digas a nadie es un sólido thriller que, aún con sus defectos, atrapa con armas nobles. Sin tanta dispersión y con una construcción más clara y menos ambiciosa, el resultado hubiera sido mucho mejor.