Sugestivamente hitchockiana y con una trama precisa que acumula vueltas de tuerca sin resentirse y sin perder el eje, este segundo opus del actor devenido director Guillaume Canet conserva la esencia de los buenos policiales franceses y, pese a su llegada con cuatro años de atraso a las pantallas locales, es una ocasión inmejorable para encontrarse con el buen cine europeo.