Un alarde de sencillez
Así puede decirse que ha realizado, y conseguido, el director francés Mohamed Hamidi, en esta su segunda película (su debut fue Mi Tierra (2013), film que vale la pena buscar) , contarnos una historia, casi cotidiana y atemporal, donde las formas realistas se mezclan, casi siempre, con una poética que diríamos que no le traiciona casi nunca, porque sabe utilizar las secuencias fundamentales con un adecuado sentido del humor, y de la empatía, hacia el espectador.
¿Por qué Fatah (excelente Fatsah Bouyahmed, como todos los protagonistas y secundarios) no ha de atravesar casi toda Francia a pie, desde Argelia, donde vive, con su hermosa vaca Jacqueline, para estar en la Feria de la Agricultura en Port de Versalles, París, que se celebra anualmente, y lograr algún premio? Al menos hacen acto de presencia y serán reconocidos.
Recibida la invitación, deja a su mujer argelina, a la que no le gusta que se vaya, y a sus dos hijas, que están encantadas con la aventura de su padre, y se va con su inocencia y sencillez, como para saber más de sí mismo, de su entorno, propio y extraño, dispuesto a volver con todo el bagaje de lo que hayan aprendido, porque Jacqueline y él son como uña y carne, y se ayudarán cuando sea preciso, ante el asombro de propios y extraños.
Actualmente lo que hace es casi una hazaña, por su manera de entender las cosas, por cómo reacciona ante todos y cada uno de los que encuentra. Singularmente atractivo es su breve relación con Philippe (magistral Lambert Wilson, como siempre) que le comprende y le ayuda. Y así, esta modesta película, sin pretensiones, se cuela en la conciencia y la retina del espectador, dejando un poso divertido, agradable y muy creíble.
Aunque los personajes, como en casi todo el cine de comedia, son estereotipos, hay que reconocer que están muy bien elegidos y dirigidos. Me parece que la conversión del personaje del cuñado, interpretado por Jamel Debbouze, es brillante. Recordemos que este actor ganó el premio al mejor actor en el festival de Cannes por su papel en Indigènes (2006) de Rachid Bouchareb y que ya lo habíamos podido ver en la aclamada Amelié (2001) de Jean-Pierre Jeunet y la saga de Astérix y Obélix.
El punto serio lo pone Lambert Wilson. Más de cien películas a sus espaldas le avalan. Lo hemos podido ver en El dorado (1988) de Carlos Saura y en Matrix Reloaded y Matrix Revolution (2003) de los hermanos Wachowski. Seis veces nominado a los premios César (equivalentes al Goya en el cine francés). Ahí es nada.
Nos hallamos ante un ejemplo de cine de evasión que llega al corazón. Historias con mensajes moralizadores ocultos pero que se ven fácil. Comedias que enmascaran el reflejo de la sociedad, en este caso la francesa. Te ríes e incluso si eres de los espectadores sensibleros puede que eches alguna que otra lagrimilla. ¿Qué más se le puede pedir a una película?
Está claro, necesitamos más películas como No se metan con mi vaca (2016) para seguir ahondando en cómo nos comportamos los humanos, implicándonos en que siempre somos necesarios los unos a los otros, como no puede ser menos.