Salvo los muy contados casos en los que se descubren películas de terror realmente innovadoras, este género suele trabajar sobre todo con el reciclaje y el remix de elementos ya trabajados en propuestas previas. Eso es lo que hace -con criterio, inteligencia y una vistosa narración marcada por la hiperestilización- el guionista y director Jung Huh con Mimic: No sigas las voces.
Drama familiar sobre la ausencia y el dolor (un matrimonio todavía no logra hacer el duelo tras la desaparición de su pequeño hijo hace ya cinco años) con trasfondo policial (los detectives que investigan los hechos), Mimic: No sigas las voces termina definiéndose por el terror con un eficaz despliegue de efectos visuales, elementos sobrenaturales, apelaciones a las leyendas urbanas, bosques tenebrosos y niños-actores que inquietan en cada plano.
Mamá (Yum Jung-ah, vista en A Tale of Two Sisters) y papá (Park Hyuk-kwon) se mudan a una casa en medio de la naturaleza con su pequeña hija y la abuela senil, pero la falta del hijo desaparecido (el caso nunca ha sido resuelto) se nota a cada instante. Cuando en las cercanías del lugar descubren a una misteriosa huérfana de ocho años (impresionante trabajo de Shin Rin-a) la llevan a vivir a la casa. Ella parece llenar ese vacío incorporándose pronto a la dinámica hogareña y recuperando así cierta alegría familiar. Por un tiempo, claro.
En el film habrá cadáveres (humanos y de perros), ataques inesperados, secretos que se esconden detrás de las paredes y las puertas, locos que no están tan locos, tormentas, flashbacks para reflejar traumas del pasado y muchas vueltas de tuerca que no siempre se resuelven de forma del todo convincente. De todas formas, Mimic: No sigas las voces es un producto sumamente profesional, vistoso y por momentos atrapante. Con el sello del buen cine de género coreano.