El prejuicio positivo indicaba que, después de Invasión zombie, cualquier película de terror llegada de Corea del Sur merecía ser mirada con buenos ojos. Mimic nos vuelve a enseñar una vieja lección: hay que intentar acercarse al cine sin ninguna clase de prejuicios ni expectativas, aunque sea una misión imposible.
Todo empieza con una prometedora secuencia en un bosque, no exenta de cierta dosis de humor negro. Pero después adopta carriles por demás convencionales: una familia se muda a una casa alejada de todo menos de la caverna en el bosque donde sucedió el terrible hecho del principio. Pronto empiezan a vivir situaciones extrañas, incluyendo la desaparición de la abuela de la familia y la aparición de una nena misteriosa.
En principio, el suspenso es efectivo. Sobre todo, porque pasa por lo sonoro: hay algo o alguien capaz de reproducir sonidos de cualquier ser vivo. Pero a medida que la historia avanza, surgen explicaciones enrevesadas y escenas burdas. Si se había logrado cierto clima, se desvanece con la aparición del monstruo, más tosco y grotesco que aterrador.
Hay una ciega misteriosa que hace advertencias (hasta que, de buenas a primeras, se decide a aclarar -es un decir- todo el asunto). También, un policía que va juntando información sobre el caso y consigue una inquietante foto antigua. Los clichés están a la orden del día; al principio quedan camuflados por el idioma, pero el hechizo no dura demasiado.