Número equivocado
La protagonista es una de esas irritantes chicas apáticas con las que es imposible sentir empatía.
Olivia (Loreto Aravena) tiene casa propia, un trabajo que le gusta (es actriz) y sólo necesita una pareja para encajar en los parámetros sociales correctos para una chica de veintitantos años. Pero su mundo está colapsando casi sin que ella se dé cuenta: su madre padece una demencia senil que avanza a pasos agigantados y en la obra de teatro que está ensayando debe lidiar con su ex pareja (el argentino Lautaro Delgado). El temblor que termina de resquebrajar las paredes de su vida cotidiana es provocado por el acoso telefónico al que la someten los acreedores de una tal Lorena Martínez, que al parecer usurpó sus datos personales.
La cuestión de la identidad es central en la opera prima de la chilena Isidora Marras. La única certeza que al respecto parece tener la protagonista es por la negativa: “No soy Lorena”. La gran pregunta que debe responder es quién sí es. Hay, de todos modos, algo débil en el planteo de base: la confusión inicial no parece tan grave ni de difícil solución, como sí lo era, por ejemplo, en El otro Sr. Klein, de Joseph Losey, aquella obra maestra centrada en un intercambio de identidades en la París ocupada.
En su intento por aclarar el error, Olivia desciende a un infierno burocrático en el que nadie parece poder hacer nada por ayudarla. Hay, en este laberinto kafkiano, una crítica a este sistema capitalista disfuncional que padecemos en los países marginales, donde las herramientas que el consumidor dispone para quejarse rara vez funcionan. A la par del enrarecimiento de los días de Olivia, la película también se enrarece y adquiere ribetes policiales, con un juego detectivesco que termina pareciendo una parodia involuntaria y un misterio cuya resolución deja bastante que desear.
Pero hay algo más que no funciona. Y la falla parece estar en el carácter de la protagonista, que se parece demasiado a uno de esos niños ricos que tienen tristeza (y apatía) que hace no mucho superpoblaban el cine argentino. Sus conflictos son más atribuibles a una neurosis pequeño burguesa no tratada que a los caprichosos recovecos de un sistema injusto. Así, en lugar de sentir identificación o solidaridad con el padecimiento de Olivia, nos dan ganas de zamarrearla y mandarla a laburar.