Cuando la suma resta
Antes que nada, vale aclarar que No soy Lorena será una coproducción chileno-argentina, pero es en verdad, más que nada por sus ambiciones -no tanto por sus resultados- una película chilena, que pretende hablar sobre lo que es vivir en Chile, lo que es ser joven en Chile, incluso qué es ser mujer en Chile, o una mujer más en Chile, apenas uno más de sus habitantes. Sin embargo, la ópera prima de Isidora Marras funciona mejor, de manera más potente, cuanto más se centra en su protagonista -y sus padecimientos- y menos en el contexto socio-político que la rodea.
El relato de No soy Lorena funciona por acumulación, situado en Santiago de Chile en el 2011 y centrado en Olivia, una joven que tras recibir una serie de llamados y mensajes erróneos de una tal Lorena Ruiz, emprende un camino laberíntico y hasta directamente kafkiano por el sistema burocrático de su país, mientras al mismo tiempo trata de lidiar con las repercusiones de la enfermedad de su madre y el final de una relación de muchos años. Es en esa acumulación donde el film toma muchos riesgos y no termina saliendo del todo airoso: Marras va sumando tramas y subtramas, varios personajes alrededor de la protagonista, incluso coquetea con el suspenso paranoico -donde los planos de la realidad se confunden- y el drama social, y eso, en vez de enriquecer a la película, le termina restando impacto.
Donde No soy Lorena es más precisa y funciona más fluidamente es en lo referido a su título, a ese opresivo transitar de Olivia por la burocracia, donde el relato consigue la empatía justa: al espectador, como a ella, los minutos se nos hacen eternos, casi insoportables, y la indignación nos invade. Probablemente esa línea de conflicto bastaba y sobraba, y hasta podía haber sido el vehículo central para expresar otros de sus problemas personales y laborales, que podían haber quedado en un fuera de campo. Pero Marras se dispersa, sale y entra de esa premisa, porque quiere hablar de otras cosas: de los deberes familiares y lo que implica ser una hija que de alguna manera también debe adquirir responsabilidades de madre; de cómo tratar de desarrollar la profesión de actriz en un contexto definitivamente hostil; de cómo afrontar la soledad cuando la relación de pareja se termina; y hasta de ese Chile conflictivo, con los estudiantes saliendo a la calle, que todavía continúa latente. Esa dispersión le juega claramente en contra, no sólo al discurrir narrativo, sino también a la construcción de otros personajes, como el de la mujer que cuida a la madre de Olivia, su amigo homosexual y su profesor de teatro (el argentino Lautaro Delgado, en una interpretación demasiado intensa e impostada).
La impresión final es que No soy Lorena termina siendo muchas películas a la vez. Marras cae en las típicas tentaciones del debutante y quiere contar todo, cuando sólo bastaba seguir a Olivia por los laberintos del sistema, que ya funcionaban como metáfora perfecta de sus dilemas, inquietudes, miedos y obstáculos de su vida. A veces, un problema expresa todos los problemas y sólo basta referirse a la gota que rebalsó el vaso.