Como todo género (o subgénero), las comedias románticas tienen sus propias reglas. En general no se apartan demasiado del esquema de mujer conoce a hombre, tienen afinidad, superan algún obstáculo y, cuando parece que vivirán un idilio incomparable, algo los vuelve a separar -suele ocurrir que alguno de los dos haya mentido y ese engaño quede al descubierto- hasta que se reconcilian.
No soy tu mami sigue este manual, pero es una comedia romántica escrita a pantalla partida, con un ojo en el Word y el otro en redes sociales, blogs y portales de noticias. Es decir, con la preocupación de reflejar la “actualidad”: los vínculos no tradicionales, el reverdecer feminista, la deconstrucción masculina, las nuevas familias. El famoso "cambio de paradigma”, como dice sin mucha sutileza la protagonista, Paula (Julieta Díaz).
Ella es una periodista que logra salvar del cierre a la revista femenina en la que trabaja gracias a una columna de “antimaternidad” donde se burla de los flagelos de tener hijos. Lo que escribe es consecuente con su elección vital: no ser madre ni tener pareja estable. Una decisión que tambaleará cuando al departamento de al lado se mude Rafael (Pablo Echarri), padre soltero de una adorable niña de preescolar.
Al estilo de Según Roxi y con un lenguaje visual cercano al de una tira televisiva -además de haber dirigido Elsa & Fredy Corazón de León, entre otras películas, Marcos Carnevale es director de contenidos de Pol-ka-, la idea es que madres (y tal vez padres) se rían del aspecto tortuoso de la crianza. Con todas sus inesperadas obligaciones (organización de cumpleaños, participación en eventos escolares, intervención en grupos de mamis de Whatsapp, etcétera) y sus efectos colaterales (falta de sueño, de intimidad, de tiempo).
Por momentos, esta búsqueda de empatía (al estilo del standapero que pregunta “¿No les pasa que…?”) es desesperada y la enumeración -tácita o explícita- de situaciones típicas se torna agobiante. Y, de a ratos, poco eficaz, en tanto y en cuanto se establece una distancia mediante escenas que se ven muy importadas de yanquilandia -el ascensor de la oficina, el acto en la escuela- o parecen suceder en un mundo socioeconómico ideal, cuasi publicitario, de departamentos recién estrenados y autos cero kilómetro.
La película gana en gracia cuando el costumbrismo se siente cercano y genuino, algo que viene de la mano de los personajes secundarios más reos, a cargo de Daniela Pal y Christian Sancho. El oficio de Díaz y Echarri hacen el resto.