Cualquier persona en la oficina o la mesa familiar tiene algo bueno que decir sobre China Zorrilla en Elsa & Fred. Recuerdo la sorpresa positiva que varios expresaron por Anita, y el desagrado más generalizado por Viudas. Recién a partir de Corazón de león comenzó a sentirse la expectativa perversa por cada paso anunciado de Carnevale en su filmografía, ese encuentro con la idea de que realmente va a hacer eso que su próximo estreno anuncia: oh por Dios, realmente es toda una película con la premisa de Francella enano, o Alfredo Casero y Leticia Brédice representando la condición humana en un restaurante que hace del Purgatorio, o una remake de Amigos intocables con De la Serna y Oscar Martínez, o Julieta Díaz renegando porque Suar mira mucho fútbol en 2017. O como en la película que hoy nos convoca, el paso pretendidamente más consciente en 2019.
Lo más asombroso es que la capacidad depredadora del estilo cómico de Carnevale parecería no tener ningún sesgo de género: los universos de Suar enfermo del fútbol y Julieta Díaz periodista feminista están lo suficientemente lavados como para asemejarse a las publicidades de un banco que la pifió evocando a un estereotipo, y quiso recuperarse con la voluntad automatizada de llevar todo “para el otro lado”. A esta altura podría hacer un experimento como La flor de Llinás pero con 14 horas de comedias románticas que involucren a rabinos, artistas de trap y asesinas a sueldo: en vez de las actrices lo que se repetiría es ese submundo extraño en el que el neocostumbrismo de Carnevale se libra en departamentos hermosos, oficinas majestuosas y cervecerías, usualmente lejos de cualquier problemática más o menos identificable por fuera de lo romántico. Ya hemos hablado de esto.
La cosa es que algunas de las discusiones socioculturales que proliferaron con fuerza en estos últimos años sí están presentes en la película: para salvar del cierre a su revista para mujeres, el personaje de Julieta Díaz (Paula) decide comenzar a escribir una columna sobre los mandatos y ataduras de la maternidad, impulsada por la actitud infumable de su hermana embarazada. La llegada a su edificio del padre casi soltero interpretado por Pablo Echarri (Rafael) junto a su pequeña hija presumiblemente empezará por colaborar con la premisa -y las picantes columnas de Paula bajo seudónimo-, para después empezar a modificar la vida de ella, meterla en quilombos y hacer que se replantee todo aquello que proclamaba. En el medio están Wainraich como el yuppie con el que ella se acuesta sin compromisos mientras no cree en la felicidad al lado de un padre soltero y su hija, un popurrí de mamis de WhatsApp que son la cruza de Sex and the City con material de Dalia Gutman y dos personajes bastante simpáticos, interpretados por Daniela Pal (Mollo) y Christian Sancho. La escena de este último en el cumpleaños debe ser genuinamente lo mejor que haya hecho Carnevale.
No sé si la resolución del argumento representa necesariamente una contradicción con el mensaje que la película pretende entregar, pero las necesidades de su fórmula la llevan por mal camino: pareciera que los prejuicios de Paula se borran menos por conocer las experiencias más gratificantes de la maternidad que por el hecho de engancharse con Rafael, horrenda escena amorosa mediante. Y una vez que hay beso y reconciliación la película se raja sin mostrar ninguna autosuperación, descaricaturizar a las mamis del colegio o buscar alguna risa más. Con Carnevale se pierde hasta cuando se le pide más.