En su ópera prima, el guionista y director Federico Finkielstain propone un retrato generacional que describe un estado de angustia e insatisfacción generalizado, pero también una búsqueda por trascender los miedos y apostar por el cambio.
Este drama sobre las historias de vida de varios veinteañeros y treintañeros de clase media (y media-alta) está construido con una estructura coral que remite a ciertos parámetros impuestos desde hace tiempo por el cine independiente norteamericano. El film apuesta por una gran diversidad de historias y miradas e intenta aprovechar -en términos artísticos y de marketing- el aporte de varios intérpretes reconocidos.
Lo mejor de No te enamores... es la crudeza con que se presentan los conflictos sexuales y las contradicciones afectivas de los múltiples personajes. Finkielstain es muy franco y directo en la exposición de las sensaciones íntimas de sus criaturas, seres frustrados por lo que tienen y, por lo tanto, tentados a vivir nuevas experiencias como vías de escape.
El gran problema de la película no tiene que ver con la idea conceptual ni con el aporte del elenco sino con las limitaciones de un guión que plantea y resuelve de manera bastante obvia las distintas subtramas y, sobre todo, de la puesta en escena. Finkielstain no consigue dotar a la narración de la agilidad que requiere un relato que salta de historia en historia, de personaje en personaje, y -así- el interés se resiente y la tensión se diluye.
Sin profundidad en la descripción psicológica, sin fluidez en la narración, con escenas de sexo pobremente filmadas y una solemnidad sólo matizada por unas pocas irrupciones de humor, No te enamores de mí intenta -con logros parciales- definir a los jóvenes de hoy, con sus problemas de identidad, de comunicación, con su falta de compromiso y, muchas veces, de rumbo. La idea original, esta vez, es más interesante que el resultado final.