Este film que significa el debut como realizador del guionista Federico Finkielstain cumple con instalar un interrogante, que termina en una definición conocida en el cine: ¿Dónde empieza a gestarse un proyecto fílmico?
Recuerdo una escena de una comedia de los años ‘80, ya todo un clásico, como “Secretaria ejecutiva” (1988), de Mike Nichols, donde el personaje Oren Trask (Phillip Bosco) le pregunta a Katherine Parker (Sigourney Weaver) en relación a la concreción de un proyecto …”¿Cual fue la chispa inicial?”. La ausencia de respuesta por parte de la interrogada daba cuenta de no saber sobre que estaban hablando.
En esta producción también me interrogo sobre lo mismo, esa chispa inicial ¿Algo original, tal vez? ¿Qué fue, una imagen, una respuesta dada, una mirada? ¿De ahí surgió la idea que pronto se desarrollará en un guión para terminar siendo una película? La única respuesta favorable se la podría entregar entonces el dueño de la idea, si bien termina no siendo algo novedoso cumple con su cometido, el punto es que los pasos subsiguientes y necesarios en el guión, y la producción en sí, dan por tierra el poco vuelo que tenia el proyecto.
Este fallido intento de comedia que pretende reflejar a un segmento de la sociedad delimitado en el grupo etario comprendido entre los 25 y 35 años, de clase media a media alta, amores, encuentros, desamores, desencuentros, la mirada hacia otro en el preciso instante en que no se siente mirado, etc. Varias historias cruzadas en una ciudad como Buenos Aires.
Abre con una situación de examen final en el aula magna de la Facultad de Psicología, donde se encuentra la profesora con su alumna de 3º año, quien responde sobre la libido (podrían haberse asesorado, aunque más no sea en Wikipèdia, para dar una definición más pulcra, ¿no?) El aula esta impecable, limpia por donde se la mire, y ¡ESTAN ELLAS DOS SOLAS! Desde allí mismo nada pasa a ser creíble.
Corte con fundido. Entonces nos presentan, con una voz en off y un largo quejido verborragico (luego claramente identificable), a una mujer insatisfecha.
Corte, y nos topamos de lleno con el primer triangulo amoroso: Sergio (Pablo Rago) esta con su amante Alejandra (Julieta Ortega), ella quiere que él se defina, y Sergio no puede dejar a su mujer Paula (Violeta Urtizberea), aunque no la ame.
Otra de las historias también se construye desde la triangularidad afectiva. En este caso Maxi (Tomas Fonzi), un arquitecto de renombre, le presenta a su hermano Martín (Guillermo Pfening), un fotógrafo de “renombre”, a su novia Sofía (Mercedes Oviedo), la dueña del lamento inicial en off. Entre ellos emerge la figura de la madre de Martín Luisina Brando, quien intentará delimitar los encuadres entre las relaciones. ¿Demasiado forzado?
Todo en el filme es así, demasiado forzado, no por eso deja de ser previsible, chato, sin demasiado vuelo, sin búsquedas estéticas, ni profundizaciones en los personajes, motivaciones, perfiles psi, deseos, sólo parece haber dos, el deseo sexual, satisfecho o no. Y se acaba el mundo.
El desprejuicio con que esta filmado llega a limites insospechados de preguntarse cuan presentes están en la mente de los hacedores los espectadores.
Pues hay situaciones que moverían a risa, pero que terminan dando lastima, no sólo la inicial antes descripta, como claros ejemplos de una producción fallida desde el guión con la construcción de las historias paralelas, y en esto juega la estructura elegida, hasta los rubros técnicos, pobres en su concepción y su realización.
Sólo se salvan del incendio los actores que le ponen el alma a los personajes, sobresaliendo Pablo Rago, Guillermo Pfening, Julieta Ortega, esta última encarnando a Alejandra, posiblemente el personaje mejor diseñado, constituido y con mayor variantes en su desarrollo, y Tomas Fonzi, quien hace lo que puede con el que tiene a su caro. Igualmente cabe reconocer que también cumplen con los que animan Ana Pauls y Violeta Urtizberea.