Tras escándalos, rumores y una polémica presentación en el Festival de Venecia, Don’t Worry Darling llegó a los cines. Olivia Wilde, que presentó su ópera prima Booksmart en 2019, deja atrás la comedia adolescente para involucrarse en una cinta mucho más ambiciosa, aunque también, confusa.
El film presenta a Alice y Jack, una pareja que disfruta de su rutina en la idealizada comunidad de Victoria. Es, en realidad, una ciudad experimental ambientada en los años 50 en la que los hombres parten cada día con el objetivo de trabajar en un proyecto confidencial que les permite mantener este nivel de lujo. Sin embargo, aparecen grietas que podrían demostrar que existe algo oscuro y retorcido en este aparente paraíso.
No quedan dudas de que se trata de un gran desafío para la cineasta detrás de No te preocupes cariño: no solo es su segunda película en este rol, sino que además se desempeña frente a las cámaras en un papel secundario. Es necesario reconocer que, a nivel visual, la película resulta impecable. Aquel mundo ideal en el que Wilde introduce a su audiencia, está excelentemente construido a partir de su escenografía, sus locaciones, su iluminación y su impactante vestuario.
Ahora bien, al centrarse en la trama, se trata de una enorme decepción. Aunque el póster remita a una historia romántica, es por el contrario una producción que intenta acercarse a largometrajes de la talla de The Truman Show o Get Out. Y aquí aparece la gran falencia del guion de Katie Silberman: intenta abarcar un sinfín de temáticas sin lograr profundizar demasiado en ninguna de ellas.
En cuanto a las actuaciones, merece un párrafo aparte la nominada al Óscar Florence Pugh, que resulta hipnótica en su rol protagónico. Por su parte, Harry Styles la acompaña correctamente, pese a que en los momentos dramáticos deja en evidencia la falta de experiencia en este tipo de proyectos. Una desaprovechada Gemma Chan y un acertado Chris Pine completan el reparto de esta propuesta opacada por sus propios escándalos