Este relato de misterio y suspenso se centra en una mujer que descubre que su vida en un suburbio en apariencia perfecto no es tan ideal como parece. Con Florence Pugh y Harry Styles.
Durante mucho tiempo los años ’50 fueron vistos por el cine de Hollywood, desde su iconografía, como una época inocente y en apariencia perfecta, con suburbios prolijos e idénticos repletos de familias tipo, económicamente estables y tradicionales: papá trabaja, mamá es ama de casa, los niños van a la escuela y por las noches todos cenan juntos frente al televisor. Con el correr de las décadas esa mirada fue cambiando y volviéndose más crítica, incisiva, tratando de mostrar la otra cara de esa «vida perfecta»: depresión, pastillas, amantes, crímenes, maltratos, racismo, sexismo y varios etcéteras. Y es esta, más que la anterior, la imagen que muchos tenemos de aquella época. Pero no todos.
En DON’T WORRY DARLING ese suburbio familiar, inocente y perfecto, vuelve a aparecer en escena con casi todos sus clichés y referencias audiovisuales. El espectador atento lo sabe de entrada al ver las sonrisas brillantes y el modo prolijo y tradicional en el que todo se hace: acá hay un problema y nada de esto terminará demasiado bien. Y la película de Wilde no tarda demasiado en darlo por sentado. La película tiene como protagonistas a la pareja que integran Alice (Florence Pugh) y Jack (Harry Styles), una de las tantas que viven en un suburbio llamado Victory que se ha armado de un modo preciso y prolijo en medio de un desierto. Un literal oasis de felicidad y armonía que transcurre en… bueno, habrá que ver exactamente cuándo y cómo.
Lo cierto es que de entrada se ve que hay algo raro en todo esto, que los comportamientos son un poco excesivos (hasta su vida sexual es más intensa de lo que uno espera ver en una película que transcurre en esa época), el orden parece coreografiado al estilo comedia musical (la forma en la que los maridos sacan sus autos para irse a trabajar subraya precisamente eso) y hasta las sonrisas parecen esconder algún tipo de extrañeza. Y la que va a empezar a vivenciarlo es Alice. Primero serán unos flashes de imágenes que pueden o no ser pesadillas y luego la aparición de una vecina, afroamericana, que parece querer anunciar a los cuatro vientos la falsedad de todo esto y es tratada como «la loca» del barrio. No hay que pensarlo demasiado: acá pasa algo extraño y habrá que ver qué es.
En alguna zona inquietante entre THE TRUMAN SHOW, THE STEPFORD WIVES, WESTWORLD, MATRIX, GET OUT! y PLEASANTVILLE –uno hasta podría incluir a las series WANDAVISION o SEVERANCE— parece funcionar la nueva película de la actriz y realizadora de la muy divertida BOOKSMART. Lo que uno no tiene muy claro, o eso pretende la película, es qué es lo que pasa y porqué, cuál es el motivo o razón de fondo que explica esta claramente falsa vida armónica que estamos viendo. Uno de los problemas que el film tiene es que, al echar tan rápidamente las cartas sobre la mesa, le es difícil sostener el misterio durante las dos horas que dura el relato, lo cual termina volviéndolo repetitivo y finalmente un tanto subrayado en sus intenciones si se quiere políticas.
La película, de todos modos, fue excesivamente criticada durante su estreno en el Festival de Venecia, quizás a partir de todo el drama «detrás de escena» de la producción, que llegó a ese evento precedida de conflictos entre los actores y entre los actores y la directora, y una vez allí sumó nuevos materiales de consumo extracinematográfico: Pugh no fue a la conferencia de prensa, Chris Pine parecía estar en otro planeta mientras todo sucedía, todos hablaban mal de todos en las redes sociales y así. Pero si uno puede evitar los memes (el del supuesto escupitajo fue un hit de hace unas semanas) se topará con una película bastante más digna que lo que uno imagina por su problemática producción. Sí, se torna previsible, obvia y un tanto repetitiva, pero es un film de suspenso con algunos momentos inquietantes y un par de ideas inteligentes que, lamentablemente, no se pueden discutir en esta crítica sin caer en el terreno de los spoilers.
Pugh es la fuerza vital de la historia, la mujer a la que se le empieza caer la fachada de felicidad que tiene de a poco, la que comienza a ver que este suburbio perfecto organizado por un líder/creador y casi cabeza de una secta llamado Frank (Pine) esconde algo raro. ¿Adónde van a trabajar los maridos cuando salen del barrio y se pierden en el desierto? ¿Por qué a todos les molesta que se pregunten algunas cosas? ¿Qué rol cumple ese hombre misterioso que parece estar en todos lados como una fantasmagórica presencia? Y uno, viéndola, piensa algo parecido: ¿por qué Pugh no parece en su modo de hablar, actuar y moverse una persona de la época que estamos viendo o creemos ver?
El rol de Styles es más funcional –al menos durante dos tercios del film– y algo parecido pasa con el de Wilde, que encarna a la vecina de la pareja, la más entusiasta defensora del estilo de vida en el llamado Victory Project. El excesivo cuidado y perfección del barrio en cuestión está explicado desde la propia lógica de la película, lo mismo que ciertas curiosas elecciones musicales o discordantes situaciones que aparecen aquí y allá. El misterio de NO TE PREOCUPES… pasa por lo que se ve y por lo que no se ve también.
Es una película cuyas ideas pueden no ser novedosas, pero que revelan una cierta ansiedad cultural y social de este momento de un modo no tan distinto al que lo hacía la opera prima de Jordan Peele. En ciertos segmentos de los Estados Unidos (digamos, los que usan una expresión como «Make America Great Again») hay una nostalgia por una época en la que «las cosas eran como tenían que ser» que ya se ha internacionalizado y vuelto preocupante, un deseo por desterrar todos los cambios culturales y ampliaciones de derechos que tuvieron lugar desde los años ’60 en adelante. Y, a su manera, la trama de la película de Wilde habla de eso.
Lo hace, sí, de una forma un tanto mecánica y evidente, por lo que sufre el mismo problema de muchas de las películas «políticamente correctas» de esta época: de entrada no hay muchas dudas acerca de quienes son los «villanos» de esta historia (cuanto más rubio, más blanco y más sonriente, más chances tiene) y quienes serán las víctimas, por lo que luego serán 90 o más minutos los que tenemos para adivinar solo cuál es el truco y la trampa. Para cuando se revela ya ha dejado de ser importante, nos cansamos de esperar o lo adivinamos solos. La película se explicó a sí misma mucho tiempo antes de su resolución. Y ese es uno de los problemas de buena parte del cine contemporáneo. Sin grises, ni matices, todo está predigerido desde la primera escena. El resto es una cocción en el microondas de casi dos horas.