Alice (Florence Pugh) y Jack (Harry Styles) son un matrimonio joven que vive en una comunidad ideal, una especie de utopía en medio del desierto. En esa pequeña sociedad llamada Victory, las casas son hermosas, los autos impecables y todas las mañanas los hombres salen a trabajar en un proyecto del cual no se habla mientras las mujeres se quedan limpiando la casa, tomando clases de danza y yendo de compras. Las parejas que protagonizan esta historia son amigas entre sí, todos son felices y nada parece faltar. La película no disimula ni por un segundo que algo inquietante está pasando. Tal vez esa sea su primera falla, su necesidad de exagerar la situación para delatar lo que viene.
Alice empieza a percibir señales inquietantes de que algo está mal. Quiere, en un principio, hacer caso omiso de estos, pero luego las cosas van empeorando y ella debe enfrentarse a la verdad, hay algo muy malo detrás de esa fachada de perfección y belleza. No se puede anticipar mucho de la trama, pero esto ocurre en los primeros minutos de la historia. Nada, pero nada cierra en el guión al comienzo, el espectador deberá tener paciencia para que las cosas finalmente reciban, aunque no del todo, la explicación a lo que ocurre. La película busca ser ambigua todo el tiempo y ese es su mayor acierto. La necesidad imperiosa que despierta saber la verdad.
El mundo de Victory parece transcurrir bajo la estética de la década del cincuenta, lo mismo para su música y su cosmovisión. Casi parece una crítica a la sociedad de la década del cincuenta la película, pero las alegorías cruzadas y contradictorias del guión impiden que sea tomada del todo en serio como crítica social. A pesar de tener un matrimonio perfecto, Alice sospecha que algo muy malo hay en esa comunidad y en particular en su líder Frank (Chris Pine), una especie de gurú y CEO. El villano favorito del cine norteamericano actual es el CEO blanco y heterosexual. Las críticas al machismo en Hollywood es solo para ellos, quedan para futuras décadas las sociedades donde las mujeres son tratadas como ciudadanos de segunda categoría, como por ejemplo la iraní. Cada película critica lo que quiere, es la suma de muchas lo que delata una tendencia ideológica.
Olivia Wilde, que imaginamos como una estrella bien ubicada en el mundo del cine, delata en cada escena que no tiene mucha idea de la realidad del mundo. Elige justamente la alegoría porque esto le evita tener problemas con dicha realidad. Muestra de forma incisiva las contradicciones patriarcales de la década del cincuenta pero finalmente esa crítica no significa nada cuando el guión empieza a mostrar su juego. En todo caso dice que los hombres -y algunas mujeres- desean volver a ese mundo que parece perfecto pero no lo es.
Hay muchas referencias cinematográficas, algunas de las cuales no hay que destacar para no delatar lo que pasa en la historia. Pero no pasan muchos minutos antes de entender que hay elementos de fantasía y ciencia ficción en el relato, eso se establece rápidamente. Existe una cierta similitud con The Stepford Wives (1975) con la cual comparte el ser una alegoría feminista. La diferencia es que la resolución de No te preocupes cariño es bastante pobre, incluso tramposa.
Olivia Wilde, quien además de dirigir hace uno de los papeles, da un gran salto de producción y ambición luego de su primer film, La noche de las nerds (Booksmart, 2019). Pero aquella comedia era mucho más efectiva e inteligente que este pretencioso film. Es cierto que acá consigue lucirse con la puesta en escena, más allá de un guión que potencia el lado más superficial de dicho lucimiento. Lo que gana en la parte visual lo pierde en la historia, el personaje de Chris Pine carece de desarrollo, al igual que el personaje de su esposa Shelley (Gemma Chan). La falta de información es primero cautiva y finalmente un fiasco. Una película llena de promesas no es buena si finalmente no logra responder a lo que ha prometido. Esta especie de Shyamalan feminista parece más el capítulo piloto de una serie que una obra cinematográfica de calidad.