Siempre supo tres cosas de su mamá: el hospital donde lo tuvo, que era pelirroja, y que era maestra. Cuatro en realidad: que no lo quería. John Callahan fue abandonado, su familia adoptiva lo expulsaba y desde que probó la ginebra a los 13 años le gustó demasiado como para dejarla. Tampoco encontró razones para dejar. En una de esas borracheras furiosas, el seguir de fiesta lo hizo subir a un auto con su amigo y ambos se durmieron. Se despertó en un hospital y le informaron que quedaría, con suerte, cuadripléjico. Y que su amigo, el que manejaba, había sufrido apenas unos rasguños.
El film de Gus Van Sant (“Todo por un sueño”, “Elephant”) está inspirado en la vida real de Callahan, un ilustrador de fama que luego de limpiarse en A.A. se paseaba por el barrio en su silla, block de dibujos en mano, mostrándole a los vecinos sus creaciones y más adelante sus publicaciones en los diarios más importantes de EE.UU. Desparpajo, acidez, ironía y humor incorrecto le trajeron tantos admiradores como detractores. Y ese humor es lo que sostiene al film alejado de la solemnidad. El título original es “No te preocupes, no llegará lejos a pie”, frase que acompaña una de sus caricaturas, donde tres policías a caballo encuentran una silla de ruedas vacía. Pero él corre a bordo de su vehículo y consigue hasta disfrutarlo, como si fuera un auto de carrera. Con hermosa música jazzera a cargo de Dany Elfman, Van Sant construye desde la mordacidad y los pequeños detalles que pueden hacer de una clínica de rehabilitación un lugar agradable.
Joaquin Phoenix hace de la interpretación de este ilustrador doliente y querible un papel magistral, muy a tono con lo que se vota en los Oscar. Jonah Hill se destaca como su padrino de A.A. capaz de tener la palabra justa para todos menos para sí, en su inocultable tristeza y riqueza económica. Rooney Mara es su ángel, su salvadora, será la primera que le traiga flores cuando él advierta que no siente su cuerpo, boca abajo, en una cama ortopédica. En manos de Hollywood podría haber sido otra historia de tantas de superación y autoayuda pero no, estas criaturas no inspiran pena. Van Sant, especialista en intimidades, habilita al espectador a completar a partir de un rasgo. Experto en metonimias, devela partes para que se termine de construir el todo. Y así es el film, hilvanado a través de fragmentos y saltos. En esta sucesión de eventos desafortunados hay lugar para las piruetas en silla de ruedas cual skater, aunque vuelva a caerse. Queda claro que las caídas no son lo que atemorizaron a Callahan, ni mucho menos lo paralizaron.