El cine exploración.
La carrera de Gus Van Sant ha seguido una trayectoria clara a través de una serie de películas que hacían pensar sobre de temas muy diversos y, a la vez, muy humanos. El drama, es decir, conflicto, es el terreno en el que el director estadounidense se mueve sin duda mejor, siendo éste un terreno muy peligroso donde es fácil resbalar a nivel de tono y ejecución formal.
Y de nuevo Van Sant demuestra ser un equilibrista nato en estos asuntos.
El biopic siempre ha sido un subgénero recurrente en la industria norteamericana, y ya hemos pasado por una total variedad de propuestas en las que, desgraciadamente, siempre abundan las más insulsas de recorrido cronológico de la vida del susodicho en una estructura encorsetada en los tradicionales tres actos.
De esta forma, nos hemos encontrado auténticas pruebas de resistencia para el aguante de los espectadores, pero también ha habido otras obras que han preferido centrarse en un período más concreto del personaje retratado, para abordar el aspecto de éste que más pudiera interesar al autor.
No te preocupes, no irá lejos no se sitúa, sin embargo, en ninguno de los lugares anteriores.
La historia de John Callahan se plasma en la pantalla como un conjunto de capítulos de su vida ordenados con un sentido emocional, y no estrictamente cronológico. De esta forma se crea un collage realmente acertado en el que Van Sant plantea una serie de hilos conductores que recorren la película de inicio a fin.
Algunos de estos hilos, como el dibujo inacabado de la evolución, hacen que se entienda la progresión dramática del personaje en estos capítulos, a pesar de que el dibujo sea un proceso en desarrollo durante todo el metraje que, sin embargo, vemos acabado en una de las primeras escenas: la conferencia del dibujante que cerraría la historia cronológicamente.
La película no pretende, por tanto, narrar una historia basada en la intriga, con un principio, un desarrollo y un final que desconocemos de nuestro protagonista.
Esta elección, de entrada, no puede resultar más acertada cuando, al final, se están contando las vivencias de un personaje conocido. Lo importante no es qué le ocurre al final, pues esa respuesta ya está en Wikipedia. Van Sant, de manera inteligente, hace otra serie de preguntas, algunas incluso sin esperar a ser contestadas.
En definitiva, el cine es una excelente herramienta para esta función: hacer preguntas, reflexionar sobre los aspectos más esenciales de la vida de personas que nunca conocimos y con las que, sin embargo, nos identificamos profundamente. Esta exploración es la que acometen las buenas y grandes obras de la cinematografía, y en este campo se puede jugar con la simplicidad más absoluta o la complejidad más desconcertante.
El foco de todo este asunto siempre debe volverse en última instancia hacia los personajes, que son los que crean esta exploración de sentimientos y emociones, los que generan esas preguntas a veces incómodas en el público.
Y en este caso, el director vuelca su planificación a la enfatización de dichas emociones, transmitidas por sus actores. Éstos también hacen un trabajo de equilibrio fundamental, apoyándose entre ellos y en el propio Van Sant, para dar cada uno una interpretación perfectamente adecuada al tono que requiere la historia.
Por tanto, la película funciona perfectamente al definir claramente sus objetivos, y aporta un tratamiento tonal y estilístico más que acertado al relato que quería contar.