La ecléctica filmografía de Gus Van Sant tiene un nuevo fascículo con el estreno de “No te preocupes, no irá lejos”, y cuando decimos ecléctica no hablamos sólo de la diversidad temática a lo largo de más de 30 años, sino también estética, y acaso narrativa. Entre “Mi mundo privado” (1988), “Todo por un sueño” (1995), “Milk” (2008) y éste estreno, hay distancias abismales. El problema para los “GusVanSantistas” ortodoxos, como para cualquiera que se adueña pasionalmente de un artista, es seguir midiendo con la misma vara de antaño, transformándola, por definición, en una vara obsoleta que alienta la disconformidad.
Esta es la historia de un hombre llamado John Callahan cuya historia personal sirvió de puntapié inicial para hablar de las adicciones en general, y del alcoholismo en particular. La forma elegida, más allá de los flashbacks, en tres tiempos distintos no es episódica formalmente, pero sí lo es de manera tácita a partir de cambios anímicos durante los famosos doce pasos para terminar con la dependencia del vicio. Desde un presente actual, John Callahan (Joaquin Phoenix) se apresta a dar un discurso frente a una audiencia repitiendo un chiste con el cual además resume su historia.
El centro dramático se genera cuando John tenía veintitantos de años nada más y un constante estado de ebriedad. Una suerte de limbo sedante para no ver lo que en realidad le sucedía. En una de esas noches conoce a un compadre que luego de tremenda juerga vuelca con su auto y nuestro protagonista queda cuadripléjico. Desde ese momento y en adelante el director juega a dos puntas usando (o contando mejor dicho) el dolor de la sanación para ver como ésta se transforma en una inquietud, luego en un oficio, y posteriormente en una forma de vida.
Como una suerte de redención en la cual el humor negro y políticamente incorrecto lleva a Callahan a convertirse en un humorista gráfico que cuenta el dolor sin filtros. De hecho, para que el título de ésta producción tenga sentido, el espectador deberá imaginarlo en forma de diálogo debajo del dibujo de una silla de ruedas vacía en un camino y un alguacil diciéndole eso a su compañero.
Este es el tipo de humor que ayudó a exorcizar los demonios junto con otros dos pilares que aparecen en el guión, coescrito por el propio Callahan basado en su libro: Donny (Jonah Hill), una suerte de mentor, gurú con métodos poco ortodoxos en esto de grupos de autoayuda y Annu (Rooney Mara), esa suerte de ángel de la guarda terrenal y necesario en este tipo de historias.
Como siempre con los integrantes de este elenco los trabajos actorales son de muy buena factura, jugados en todos los casos hacia una exploración personal en la cual se toman riesgos, incluso hasta el de caer en la caricatura, pero esta tampoco es la primera vez que el realizador asume la responsabilidad de hacerlo. En todo caso, lo que sí atenta contra la verosimilitud, o al menos demanda un esfuerzo de concesión extra por parte del espectador, es aceptar que Joaquín Phoenix y Jack Black, casi sin cambios a como se ven hoy, representan personajes con veintipico de años de edad. Por lo demás, “No te preocupes, no irá lejos” es un relato bien contado y con pinceladas que todavía dan lugar a la sorpresa.