El apocalíptico que se volvió integrado
Historia de un alcohólico cuadripléjico intentando vencer sus demonios, la nueva película del director de Mi mundo privado representa un nuevo añadido a su filmografía más accesiblemente hollywoodense, que no es exigua en casos de sanación y asimilación.
El nombre de Gus Van Sant sigue teniendo lustre cinéfilo, gracias a su “dueto inicial de la marginalidad” (Drugstore Cowboy, Mi mundo privado) y las películas posteriores que le hicieron honor: Elephant, Last Days y Paranoid Park. Hay sin embargo un Van Sant paralelo, que desde bastante temprano en su carrera dio a los marginales que la pueblan opciones existenciales y adaptativas, en formatos asequiblemente hollywoodenses: En busca del destino/Good Will Hunting, Descubriendo a Forrester, Milk. Ésta fue también su última película estrenada entre nosotros, diez años atrás. Después vinieron tres producciones adscribibles a la segunda línea: Restless (2011), que narra la relación entre una joven enferma terminal y un muchacho obsesionado con la muerte; Promised Land (2012), donde el representante de una corporación petrolera abre su cabeza al ambientalismo y The Sea of Trees (2012), en la que dos suicidas potenciales repiensan su decisión en el siempre iluminatorio Japón. Historia de un alcohólico cuadripléjico intentando vencer sus demonios, está claro que No te preocupes, no irá lejos representa un nuevo añadido a este Van Sant de la sanación-asimilación, dicho esto en su doble sentido, temático y estético.
No te preocupes, no irá lejos se basa en un libro de memorias escrito por John Callahan, caricaturista estadounidense que quedó cuadripléjico tras un grave accidente automovilístico, sufrido a mediados de los 70. Tratándose de un alcohólico crónico, lo de Callahan es una doble penuria incurable. Lo cual lo convierte en protagonista ideal de una película estilo “enfermedad de la semana”. Y eso es No te preocupes…, con un par de salvedades que la corren un poco de ese lugar. La película escrita por el propio Van Sant recorre todas las etapas de ese subgénero que allá por los años 90 el Canal 9 supo poner en pantalla con insistencia: 1) la convivencia con la enfermedad (el alcoholismo, en el caso de Callahan), 2) el empeoramiento, que marca la necesidad de pedir ayuda (el accidente que lo deja cuadripléjico, consecuencia del estado alcohólico del chofer que lo llevaba), 3) la ayuda, brindada, como de costumbre en estos casos, por un grupo que copia el modelo de Alcohólicos Anónimos y 4) la conclusión, que normalmente es la cura, la superación, y en esta ocasión gracias a una forma de catarsis.
“Pensé que iba a tener una epifanía, que el mundo iba a cambiar de golpe, y no pasó nada de todo eso”, dice Callahan (Joaquin Phoenix), en una suerte de broma interna al canon del género, en el cual las tomas de conciencia, las revelaciones e iluminaciones son esenciales, en tanto no es éste un género médico sino existencial. La broma resulta, sin embargo, algo oportunista, teniendo en cuenta que a la larga Callahan sí experimentará algo semejante a una epifanía, cuando descubra que para ser perdonado debe perdonar primero. De hecho ese ejercicio, que es parte de un esquema terapéutico de 12 puntos que su “maestro” pone en práctica, lo modifica profundamente, algo que puede verificarse en la suerte de estado zen-californiano que parece abrazarlo. Lo de californiano es relativo, ya que Callahan es nativo de Portland, Oregon, patria chica de Van Sant, donde transcurren casi todos sus relatos más personales.
Lo de “maestro” no es, en cambio, tan relativo, ya que el ex alcohólico Donny, su terapeuta gay (Jonah Hill, con unos treinta kilos menos) se comporta como tal y también como una suerte de gurú, con frecuentes invocaciones al orientalismo. Esto da a la película su condición de “enseñanza espiritual”, propia del género, que es lo más molesto de ambos (género y película). Pero hay otra transgresión en relación con el modelo de “enfermedad de la semana”, que es que Donny sostiene que el alcoholismo es incurable, y que todo lo que puede hacerse es lidiar con él. Eso es lo que Callahan experimenta. Otro cliché, esta vez no propio del disease of the week sino del cine hollywoodense en general, es que va a haber una chica linda, de ser posible rubiona, que se va a enamorar del protagonista, por muy borracho, hecho pelota e impotente que sea. Ahí está la chica: Rooney Mara.
Jack Black, por su parte, está primero totalmente fuera de registro y después muy adecuado. Es que Black aparece sólo en dos escenas, la primera como el tipo pasado de alcohol y hormonas, que compone con sus habituales gestos de sacado, sin relación con el resto de la película. Y que es el que choca el auto en el que iba Callahan. Su segunda aparición, en cambio, años más tarde como un tipo vencido por su recurrencia al alcohol, es honda y libre de recursos circenses. El de Joaquin Phoenix, amigo personal de Van Sant, es un evidente acierto de casting, en tanto el hermano de River es un especialista en tipos rotos, al que no le cuesta nada “dar” tan traumatizado y ácido como el film requiere.