No es ninguna novedad que hace ya un buen tiempo Gus Van Sant no filma películas de autor con los contenidos y el estilo tan personal que lo caracterizaron durante gran parte de su carrera. Sin duda, Paranoid Park (2007) fue su última mirada poética y elegíaca dentro de su singular universo de jóvenes marginales, abandonados y en perpetua deriva. Inmediatamente después vino Milk (2008), la historia de Harvey Milk y su lucha como activista de la comunidad LGBTIQ que lo llevó a ser el primer político abiertamente gay en California. Correcta y medida, sin innovaciones formales y con una narrativa que de tanto en tanto se empantana, Milk no representa ni remotamente lo mejor del director – no es Mala noche (1986), Mi mundo privado (1991), Gerry (2002), o Elephant (2004), su indiscutible obra maestra – pero tampoco es de lo peor, como En busca del destino (1997), Psicosis (1998), o Descubriendo a Forrester (2000), todas indefendibles.
Quizás su última pequeña gran película sea Restless (2011), una muy sentida y amorosa meditación en forma de historia de amor acerca de cómo aprender a despedir a los muertos más queridos y cómo acompañar a otros, a los vivos, en sus últimos días. Un poco subvalorada por parte de la crítica, Restless es, sin embargo, una película que esquiva los lugares comunes de su tópico, es muy genuina y no busca salidas fáciles a conflictos que, al menos en principio, no las tienen. No vi Promised Land (2012) ni The Sea of Trees (2015), ninguna fue estrenada en Argentina y ambas fueron muy mal recibidas tanto por parte como del público.
Y ahora, diez años después de Milk, se estrena No te preocupes, no irá lejos a pie, una versión cinematográfica de la novela de John Callahan (1951-2010), un muy conocido y controversial humorista gráfico estadounidense (de un humor negro, irreverente, macabro), también un alcohólico incontrolable que a sus 21 años, en 1972, tuvo un accidente automovilístico que lo dejó cuadriplégico en una silla de ruedas de por vida. El accidente ocurrió con su auto, después de haber pasado un día entero bebiendo, y el conductor era apenas un conocido con quien iba a una fiesta, quien salió completamente ileso.
Para ser más precisos, Callahan se convirtió en humorista tiempo después del accidente durante su largo y arduo proceso de desintoxicación con el programa de los 12 pasos. Y que Joaquin Phoenix interprete a Callahan no es poca cosa. Porque uno de los logros incuestionables de No te preocupes, no irá lejos a pie, es su magnética composición que si bien comienza con no muchos matices, con el correr de los minutos se expande y complejiza. Lejos de recurrir a los tics para representar a los discapacitados, Phoenix encarna a un hombre sufriente y torturado, furioso con su vida; y aún así puede hacer del humor más negro un arte para rechazar la mirada social piadosa y bienpensante que no entiende nada. Le juega en contra que, aún con todo el maquillaje encima, el actor de 43 años nunca parece de 21, 25 o 30. Encima, las artificiales pelucas que le hacen usar son espantosas y distraen mucho. Con más razón, entonces, su actuación es para celebrar. Hace que uno pase por alto tamaños desaciertos.
Por otra parte y para mal, No te preocupes, no irá lejos a pie recurre a lugares comunes, y también al tono, de las películas de superación personal vinculadas a una enfermedad o discapacidad. Pero, curiosamente, también hace lo contrario: en no pocas ocasiones todo se narra desde una óptica más realista. Es como si existieran dos películas entrelazadas: la película que Hollywood pide, simplista y aleccionadora; y la película de Van Sant, áspera y crítica. Lo bueno es que cuando la mirada Hollywoodense aflora, no dura mucho tiempo y aparece, en cambio, otra mirada, que de compasiva no tiene nada.
Por un lado, entonces, están los integrantes del grupo de los 12 pasos al que Callahan va, entre ellos Kim Gordon (la cantante de Sonic Youth, que ya había aparecido en Los últimos días) y el queridísmo Udo Kier (que no necesita presentación). Aquí el tono es descarnado, punzante, respetuoso. Tal como son estos encuentros en la vida real, y no como en las películas mainstream donde sobran la condescendencia y la falsa luminosidad. Por eso irrita tanto el idealizado, edulcorado, e insustancial personaje de Rooney Mara, que intenta embellecer las circunstancias. Craso error.
A diferencia de lo que ocurre con el héroe Hollywoodense, aquí se hace difícil empatizar con Callahan. Porque es un poco misántropo, considerablemente pedante y bastante egocéntrico. Se autocompadece por su destino, pero no le importa mucho el de los otros. Es que es un ser humano más real que los héroes de cartón pintado. Y eso es un punto a favor. Claro que cuando da vueltas como loco en su silla de ruedas, atravesando jardines con Rooney Mara acompañándolo, todo se torna ridículo. Como contraste, cuando unos chicos recogen a Callahan que está tirado en la calle y, con torpeza y naturalidad, lo sientan en la silla, el tono se vuelve desenfadado y hasta risueño. Por eso, en esta sucesión de momentos-Van Sant y momentos-Hollywood, No te preocupes, no irá lejos a pie no puede ser sino una película muy despareja.
Pero lo que está bien, está muy bien. Y hace que uno se olvide un poco del resto. Tampoco se le puede achacar a la película su mirada de esperanza, superación y creencia en un ser superior- algo muy ajeno al universo escéptico del Van Sant más autoral - porque esto es propio del método de los 12 pasos. De hecho, el propio Callahan, como tantas otras personas, se recuperó gracias a estos grupos. En todo caso, Van Sant le hizo justicia.
No te preocupes, no irá lejos a pie (Don't Worry, He Won't Get Far on Foot) EEUU, Francia, 2018). Puntaje: 7
Dirigida y escrita por Gus Van Sant (basada en la novela de John Callahan). Con Joaquin Phoenix, Rooney Mara, Jonah Hill, Jack Black. Fotografía: Christopher Blauvelt. Música: Danny Elfman. Montaje: David Marks, Gus Van Sant. Duración: 114 minutos.