Amorosa soledad
En la cámara de Hermes Paralluelo conviven, por un lado, la paciencia del director que sabe esperar los momentos de verdad, esos que muchas veces el documental logra captar, y por otro lado la capacidad de síntesis para dejar en un encuadre plasmada una idea que va mucho más allá de la imagen y se incrusta en el alma del espectador.
No todo es vigilia es el segundo opus del realizador catalán, quien debutara con Yatasto (2012), pero además la plataforma que eligió para retratar a sus abuelos, octogenarios, que aún conviven en una casa un tanto aislada en el mundo. Antonio y Felisa, los abuelos del director, transitan una vejez normal, ninguno de los dos presenta agudos signos de deterioro físico ni mental, simplemente aquellos indicios de la senectud, la lentitud habitual para las reacciones cotidianas y la falta de memoria reciente, elementos que la cámara capta en una mezcla de ficción y documental durante el tiempo en que coexisten en el mismo lugar.
A pesar de tratarse de sus abuelos, la particularidad de No todo es vigilia obedece, entre otras cosas, a la distancia que logra tomar la cámara con especial atención al desplazamiento minúsculo por el espacio y a la espera de que la acción fluya con su tiempo interno. Paralluelo se acomoda en los intersticios de la intimidad de Antonio y Felisa, pero no provoca, al menos en la puesta en escena, situaciones extraordinarias valiéndose de la riqueza de lo cotidiano: El desayuno, el llamado insistente para que les arreglen la calefacción y esa soledad que los cobija en el refugio de la casa oscura.
Son los sonidos los que se adueñan del clima de No todo es vigilia, los ruidos que a veces parecen ajenos a ese microclima de día a día, los reproches que no se escuchan porque no se quieren escuchar, marcan los roces en la convivencia. Camas separadas, pero dependencia mutua deja un reflejo de historia de amor sin segundas lecturas, uno de los aspectos más singulares del documental.
La belleza de lo efímero encuentra aquí su espacio cinematográfico como si la velocidad del olvido no existiese cuando alguien recuerda, ejercicio vital que practica Antonio en su autoafirmación desde la primera escena, donde relata su biografía ante desconocidos, mientras Felisa lo busca por los pasillos del hospital y lo espera.