La vejez con poesía que no enmascara la verdad
Aunque en muchos lados figure de ese modo, esta hermosa obra española no es exactamente un documental. Le caben mejor los términos semidocumental o docudrama, ya que es una puesta en escena de hechos reales, representados por sus propios protagonistas. Lo real es la soledad, la vejez, la fragilidad creciente de los huesos y sus consecuencias, la dulzura de los recuerdos, el amor que siente una pareja de viejitos muy unidos, llegados ya al invierno de la vida. La puesta en escena, es la forma de lograr que se muestren ante la cámara con el resguardo de la belleza y la ternura, sin patetismo, solo a través de la poesía, pero una poesía que nunca enmascara la verdad.
Primero los vemos perdidos en el mundo moderno de un hospital, después en la penumbra conocida del hogar, con sus pasitos cortos, sus reacciones lentas, sus arranques de orgullo y buen humor, el miedo a depender de los otros, a separarse uno del otro. Pasan sus días en un rincón sencillo de un pueblito de Teruel, donde todavía se vive un poco como antes (quizás eso también contribuye a la poesía, porque no es lo mismo que ubicarlos en el departamento de una ciudad llena de ruidos y distracciones). La cámara los sigue con cariño y paciencia, y ellos también habrán tenido harta paciencia con el director de fotografía Julián Elizalde, el de "Mentiras piadosas", hombre de criterio pictórico que dispuso detalladamente cada escena con la quieta belleza de un cuadro.
Los viejitos, muy simpáticos, se llaman Felisa Lou y Antonio Paralluelo, y son los propios abuelos del realizador, el catalán Hermes Paralluelo, cuya primera obra también era semidocumental: "Yatasto", nombre del matungo que conduce el carro de unos niños cartoneros por las calles de nuestra Córdoba. Dos puntas de un mismo camino, podrían verse juntas ("No todo es vigilia", premio Signis del Festival de Mar del Plata, se da solo en el Malba, por ahora).