Primer escena: Un hospital y la voz de Felisa, una anciana que le habla a su marido Antonio sobre la posibilidad de que los manden a un hogar de ancianos. Ella le dice que no quiere, que esos lugares tienen una rutina que ella no desea acatar, que quiere quedarse en su casa para hacer que lo que quiera cuando ella lo quiera.
Así arranca No todo es Vigilia, la nueva película de Hermes Paralluelo (Yatasto, 2011), donde de una manera extraordinaria nos retrata a sus abuelos: Felisa Lou y Antonio Paralluelo. Una dupla que funciona en conjunto, como bien dijo el año pasado su nieto director en el Festival de Cine Internacional de Cine de Mar del Plata donde el film participó en la competencia internacional. Es muy certera está declaración porque se refleja muy claramente en la película, cuando uno de los dos no está frente a cámara la ausencia se nota muchísimo, porque el profundo sentimiento de falta se imprime en el otro a fuego.
Las escenas se desarrollan una a una con una dinámica acorde a sus personajes, no hay faltantes. El silencio y las miradas entre ellos, sus gritos, ruidos y diálogos dan complitud a este matrimonio mayor de un pueblito de España donde sus días transcurren con mucha tranquilidad y donde una carta puede ser un motivo suficiente para alterar la cotidianidad del propio hogar, esa rutina que los mantiene vivos, presentes. Ese sentimiento de alarma que viven nuestros mayores cuando saben que los tiempos de libertad están cada vez más acortados y donde siempre está latente un espacio al que no pueden llamar hogar y que puede ser el último de sus vidas.
No todo es Vigilia podría ser el amor profeso de los años, de entenderse sin escuchar y de compartir ese vaso de leche, la cama fría, los recuerdos o la propia espera. En un trabajo fotográfico formidable, una ventana, una lampara o una hornalla podrán ser las luces que permiten a ese espacio en penumbras, resaltar la existencia de una luz que sigue estando presente, una luz que hace que Felisa y Antonio mantengan en la pasividad de su vida adulta, la certeza que siempre algo puede brillar, les puede dar calor y les puede avisar, que ha nacido otro día para ellos.
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La magia del film reside en la capacidad de Paralluelo de invitarnos a conocer a sus abuelos, a dejarnos descubrir qué pasa en los mayores cuando las enfermedades abruman y cómo una simple rutina puede ser el motivo más que necesario para mantener la quietud y seguir disfrutando de la vida.
De esas películas que quedan en la memoria, que nos acercan, nos construyen y nos permite darnos cuenta de lo hermoso que son nuestros mayores, no son solo historia y pasado, son un presente, gente que siente, sueña y construye con sus limitaciones mucho más de lo que uno se puede imaginar a esa edad. Ir a verla es ir a brindar por Felisa y Antonio, por su grandeza por aceptar el desafío del rodaje, por mostrar con naturalidad que ser mayor puede ser difícil pero que es un lindo camino a recorrer.