Una (otra) película de terror con los sustos reglamentarios y la fórmula aplicada con el manual del género.
La exhibición argentina se ha vuelto una cuestión de precisión suiza que hace que jueves tras jueves llegue a la cartelera una película de terror. El conjunto es amplio tanto en sus propuestas como en sus resultados. No obstante, una importante mayoría cae en una mecanización que las vuelve prácticamente iguales y, por lo tanto, fácilmente olvidables. Tal es el caso de No toques dos veces.
La historia es más o menos la de siempre. Una mujer adicta en recuperación se reencuentra con su hija adolescente, a quien renunció una década atrás para alejarla de las consecuencias de su adicción. Ahora vuelve aunque no por amor, sino porque ella y su amigo tentaron al destino tocando dos veces las puertas de una casa habitada por una bruja, algo que según la leyenda significa que su espíritu regresará de entre los muertos para, claro está, no dejar a nadie en paz.
La figura siniestra de la bruja esconde un pasado tortuoso que el film de Caradog irá develando a medida que avance el metraje. Típica historia sobre familias desestructuradas y amores frustrados, No toques dos veces entrega los sustos reglamentarios, siempre acompañados con golpes de sonido y un montaje abrupto, signo de una fatiga que no sólo aqueja a esta película, sino también al género casi completo.