Al filo de la ludopatía y de la muerte
La nueva comedia de los directores de Vacaciones tiene enredos, una ración de humor negro y también una pizca de acción.
John Francis Daley y Jonathan Goldstein debutaron en la dirección de largometrajes con Vacaciones (2015), relanzamiento a la vez que relectura del inicio de la saga homónima protagonizada por Chevy Chase durante los 80 que ya tiene anunciada una secuela para 2018, otra vez con ellos en la silla plegable. Noche de juegos es la segunda película del dúo y casi que también una remake. Una encubierta, sin acreditar, más cerca del liso y llano robo que del “homenaje” reconocido. La deudora directa es Al filo de la muerte, aquélla con Michael Douglas y Sean Penn en la piel de dos hermanos (el primero multimillonario; el segundo, un díscolo con tendencia al caos) envueltos en la telaraña de un misterioso juego en el que resulta imposible –para ellos y para el espectador– saber qué es verdad o mentira, en qué momento la fantasía oscura da lugar a la más cruel de la realidades. De ella Daley (uno de los chicos de la seminal Freaks and Geeks, luego devenido guionista) y Goldstein toman su premisa prácticamente al pie de la letra, aunque disparándola hacia la comedia negra antes que al estudio de la locura con formato de thriller psicológico, toda una especialidad del realizador de Pecados capitales y Zodíaco.
Noche de juegos avanza más rápido que una partida de truco, con la presentación de los integrantes de la pareja protagónica, Max (Jason Bateman) y Annie (Rachel McAdams), conociéndose mientras hacen lo que más le gusta: competir. Amantes de todo tipo de juego hasta el límite de la ludopatía, tienen la costumbre de dedicar una reunión semanal con amigos a la velada del título. A una de ellas llega Brooks, que se presenta como inversor y empresario multimillonario y desde chico ha vencido a su hermano Max en cuanta partida hayan disputado. A diferencia de Al filo…, Brooks dice abiertamente que con lo que vendrá a continuación harán cumbre en la cima de los juegos, a lo que uno de los amigos responde que podrían hacer algo similar a El club de la pelea, pero con otros pegándose y ellos apostando. Nuevo llamado –ahora oficial– a la obra de Fincher. Brooks anuncia que fingirá su secuestro y los otros deberán encontrarlo siguiendo las pistas. Por esas casualidades que sólo suceden en Hollywood, y que abundarán a lo largo de la poco de más hora y media de metraje, al ingreso de un agente del FBI falso le sigue el de dos enmascarados que se llevan a Brooks. Pero éstos no están jugando a nada sino que quieren saldar una vieja deuda de alguien que no es quien dice ser.
Así, la noche de juegos original dará pie a una comedia que va de la negrura a los enredos, y de allí al coqueteo con el thriller de acción, veta en la que menos cómodos se los nota tanto a los actores como a los realizadores. Sí se mueven mejor en el terreno cómico. Bateman, cara de tipo común y corriente, es todo un especialista en personajes ordinarios sobrepasados por situaciones extraordinarias, algo así como una mezcla entre Tom Hanks y Ben Stiller, que soporta con cara de nada que su mujer le intente sacar una bala desinfectando la herida con champán. McAdams la juega de algo tonta, y le sale perfecto. Aunque aquí todos son de “algo tontos” para arriba, empezando por el fanático de El club…. Daley y Goldstein parten de esa leve subnormalidad generalizada (algo similar ocurría en Vacaciones) acompañando a sus personajes a lo largo de la búsqueda. La buena noticia es que ellos no juzgan la tontería: se divierten “con” y no a costa “de”. La mala es que al final de la noche algunxs habrán aprendido cosas que enuncian con la misma seguridad con la que hasta ese momento habían jugado.