Noche de juegos es una comedia inteligente que combina humor y acción y es, a la vez, una especie de ensayo lúdico metaficcional para todo público.
John Francis Daley y Jonathan Goldstein debutaron en la dirección con la hilarante Vacaciones (2015), una comedia familiar clásica que continuaba la famosa saga protagonizada en la década de 1980 por Chevy Chase. También fueron guionistas de películas como Quiero matar a mi jefe (2011) y Spider-Man: De regreso a casa (2017). Pero en Noche de juegos, su segunda película como directores, hacen otra cosa: se van a un terreno más autoconsciente, incluso más experimental, aunque sin salirse de la puesta en escena de una comedia de acción de Hollywood.
La película es un ensayo lúdico entretenido y gracioso, un sofisticado artefacto metaficcional vestido de comedia mainstream sin sentido de realidad. Sin embargo, esto no es lo meritorio, ya que si fuera sólo eso, el público quedaría afuera. El verdadero mérito de la película es que también funciona como lo que se ve a simple vista, es decir como una disfrutable comedia de acción.
Max (Jason Bateman) y Annie (Rachel McAdams) son una pareja de jugadores compulsivos y muy competitivos. Todas las semanas se juntan a jugar con sus amigos (dos parejas más) al Pictionary, el T.E.G., el Dígalo con mímica, entre otros. Un día regresa Brooks (Kyle Chandler), el hermano exitoso de Max y con el que siempre compitió, y les propone un juego distinto, que incluye a unos criminales falsos que lo van a secuestrar. Las parejas tienen que encontrarlo (a Brooks) una vez que lo secuestren. Pero todo se complica cuando descubren que lo que parece un juego en realidad no lo es.
Brooks hace con sus amigos lo mismo que los directores hacen con los espectadores: les propone una situación falsa a la que tienen que tomar como verdadera. Los espectadores, como los personajes, saben que nada es cierto y que todo lo que sucede en la película es inverosímil, como el secuestro a modo de juego de Brooks. Pero aún así, el público, como los personajes, se deja llevar por la propuesta como si fuera de verdad, como si fuera verosímil.
A pesar de que sabemos que todo es artificio, juego, autoconciencia, y que nada de lo que sucede es en serio, firmamos el contrato y nos entregamos a la propuesta. He ahí la virtud de la película, ayudada siempre por la música efectiva de Cliff Martinez, que la ubica en ese lugar de tensión necesario para que la historia fluya sin quebrar la atención.
Noche de juegos es una comedia que, se lo proponga o no, intenta responder qué es el cine. O al menos deja la leve sensación de que intenta dar cuenta de las posibilidades de los géneros, de los límites de la ficción (o de su falta de límites), y de cómo la autoconciencia no altera la historia, por más que nada de lo que se cuente sea creíble.