Viejos trucos que vuelven a funcionar
A mediados de los ’80, La noche del espanto supo encontrar una variable al ya remanido cine de terror. Por eso son tan valiosos los méritos de esta remake, que tantos años después consigue ponerle chispa y encanto al antiquísimo cuentito de los vampiros.
Tan gastados están los viejos mitos del terror, tan reproducidos en serie, que lo que a esta altura importa no es tanto el efecto (¿alguien puede asustarse aún con un zombie, un monstruo, un vampiro?), sino el modo en que se los usa, el contexto, las variaciones que se practican con ellos. A mediados de los ’80, Fright Night (estrenada aquí como La noche del espanto) arrancaba a los chupasangre de sus polvorientos castillos góticos para incrustarlos en el lustroso mundo contemporáneo. Un mundo de total escepticismo ante cualquier entidad sobrenatural, juvenilismo cultural, música disco y sociedad del espectáculo. No se trataba tanto de asustar como de parafrasear. La cosa funcionaba. Y vuelve a hacerlo ahora. Filmada en 3D, como manda la época (una vez más la tridimensionalidad no está muy justificada), la nueva Fright Night –estrenada, ahora sí, como Noche de miedo– reproduce los logros del original, devolviendo su carácter funcional a lo que un cuarto de siglo atrás se sobredimensionaba: los efectos especiales, que hacían abrir las bocas a los vampiros hasta tamaños dignos de Graciela Alfano. Todo tiene lugar en el típico barrio residencial estilo maqueta. Allí vive Charley, un chico de secundario (Anton Yelchin, que como su nombre lo indica nació en la Unión Soviética, meses antes de su caída), junto a su madre (la infalible Toni Collette) y mucho no se sabe del padre. A mamá la tienta Jerry, vecino que acaba de ocupar la casa de al lado (Colin Farell, desplegando testosterona). Aunque a la mujer le llama la atención que después de una semana el tipo siga llenando un volquete con paladas y paladas de tierra.
“¡Es un vampiro!”, le grita a Charley su ex amigo, el pesado de Ed (Christopher Mintz-Plasse, el anteojudo de Supercool). Charley no le cree, pero cuando Ed engruesa la creciente lista de desaparecidos del cole, revisa sus cosas y encuentra una grabación en la que Jerry llega de noche a la casa, estaciona su 4 x 4 y se baja... pero no se lo ve. Mientras tanto, el tipo, que suele castigar musculitos en musculosa, no puede dejar de olfatear a Charley, a la vez que se relame por su mamá y su novia (Imogen Potts, una inglesita que ya había llamado la atención en Un hombre solitario). Charley no, pero la mamá y la novia se relamen también por el nuevo vecino, a quien los colmillos se le salen de la vaina.
Noche de miedo no apuesta al misterio, al suspenso o el susto, porque todos saben de antemano que si es una de vampiros, vampiros tiene que haber, y además ya se vieron tantos colmillos clavarse en tantos cuellos que nadie va a andar impresionándose por ello. Por suerte, tanto o más que los espectadores todo esto lo sabe el director Craig Gillespie, que antes había dirigido una indie bastante enfermita (Lars y la chica real, editada aquí en DVD, donde el protagonista se enamoraba de una muñeca de goma) y una comedia mainstream bastante mala (Enemigo en casa, con Billy Bob Thornton y Susan Sarandon). Que no apueste al susto no quiere decir que Gillespie descuide el factor genérico: la escena introductoria es bastante impresionante, hay alguna muy buena combustión instantánea y el resto no desentona. Lo que no hace Gillespie es exagerar el factor ¡bu!, queriendo asustar cuando no da, palito que hasta John Carpenter pisa en Atrapada. En lugar de eso y ayudado por un elenco magnífico, construye personajes con vida propia, pone cartas a la tensión sexual, echa leña al fuego del escepticismo (“¿Dónde viste un vampiro que se llame Jerry?”, pregunta Charlie) y le saca todo el jugo al que ya en la original era el mejor personaje. Pariente notorio del ocultista de El día de la bestia, Peter Vincent es un showman de Las Vegas que posa de cazador de vampiros y a quien Charlie va a consultar, suponiendo, en su credulidad adolescente, que el tipo es lo que representa. Lo que encuentra es una suerte de rock star decadente que se rasca los huevos, prepara un traguito de su bien surtida bodega y se despega la barba, la peluca y el bigote, mientras la chica-Tinelli que lo acompaña en su fortaleza kitsch le echa en cara que no se la curta como es debido.
En La noche del espanto, Peter Vincent era el veterano Roddy McDowall. Aquí lo hace el escocés David Tennant, casi un clon del gran Steve Coogan (¿qué se hizo de la vida?). El truco es, claro, que el tipo no cree en vampiros ni nada de eso... salvo que lo convenzan de que hay uno merodeando por Las Vegas. En eso caso se calzará el equipo completo de cazavampiros y partirá, ballesta al hombro, a hacerle la pata al héroe en peligro. Por más que sea más cobarde que Coraje, el perro del dibujito animado. Es que cuando se trata de ir a la aventura, no hay escepticismo o cobardía que valgan.