Me gusta el cine
No solo veo películas en las privadas o el día del estreno para escribir aquí o en otros medios. Muchas veces veo películas varios días después de su lanzamiento, ya sea por recomendaciones, curiosidad, ganas de no perderme nada relevante o, simplemente, porque me gusta ir al cine. En este sitio tengo libertad de escribir sobre lo que me dé la gana, incluso he escrito algunas columnas que no eran sobre cine. Hoy comento dos películas que no se estrenaron esta semana, alguna incluso que queda en pocos cines. Las dos son del mismo género. Las dos son remakes. Y recomiendo las dos.
Se trata de No le temas a la oscuridad, remake de un telefilm de los setenta y Noche de miedo, remake de la película de los ochenta conocida en la Argentina como La hora del espanto. No vi No le temas a la oscuridad en su versión de telefilm de los setenta. Y no recuerdo casi nada de La hora del espanto, salvo que la vi dos veces en el cine, la segunda en el Electric en doble programa junto a Karate Kid (creo que la 2). En los ochenta fui mucho al cine: a partir de 1982 empecé a ir solo. Claro, no siempre fui solo, pero si a los nueve años uno decide que puede ir solo (y lo dejan) se está mucho menos condicionado y se puede ir más. Y siempre tuve predilección por el cine de los setenta en VHS y en DVD. Sí, este texto contiene autobiografía: toda crítica de cine lo es en mayor o menor medida, de forma más o menos explícita. En primera o en tercera persona, al hacer crítica estamos escribiendo fragmentos, más o menos oblicuos, de nuestra relación personal con el cine.
No soy especialmente nostálgico, pero las nuevas versiones de No le temas a la oscuridad y Noche de miedo me hicieron añorar esas películas de los setenta y los ochenta que eran relatos de género orgullosos de serlo. Y que no prepoteaban narrativamente, es decir, que podían presentar el tema, los conflictos, avanzar y llegar a la resolución sin amontonar clímax y querer refundar (más bien refundir) a golpes bombásticos la idea de entretenimiento. Tanto No le temas a la oscuridad como Noche de miedo son modestas, centradas, nobles. La primera es un relato sobre miedos infantiles en caserón en Nueva Inglaterra, y los miedos se fundan en una amenaza muy material, concreta: es una película angustiante, que transmite un miedo intenso, que proviene de terrores profundos, de lo reprimido (la lectura freudiana está bastante a la vista). La segunda es un relato de vampiros que transcurre en un suburbio de Las Vegas, o sea en un artificio habitacional en función de una ciudad injertada en el desierto; el miedo que trasmite es más bien seco, con un dejo irónico –a eso ayuda un actor con gran capacidad sardónica como Colin Farrell– pero no por eso menos efectivo. Las dos son de esas películas que nos recuerdan porqué nos gusta el cine, o al menos me lo recuerdan a mí: por esa capacidad de contar historias, muchas historias, por comprometernos con esos personajes que conocemos hace pocos minutos. Y por saber que existen más películas que podremos ver. Eso, No le temas a la oscuridad y Noche de miedo son películas que no intentan agotar el cine ni abrumar al espectador, que parecen estar felices de que existan otras como ellas, de su mismo género y también de otros. Brindo por esa felicidad.