En los '80 “La hora del espanto” fue un clásico menor. Una película que narraba cómo un adolescente, a la par de descubrir el sexo y los problemas familiares, tenía como vecino a un vampiro que, obviamente, le hacía la vida imposible. Era un gran film, fue un gran éxito. Por extraño que parezca, esta remake (“Noche de miedo” es el título original también de la primera) resulta pertinente. Aquí el vampiro es un adecuado Colin Farrell y –signo de los tiempos– la sangre es más abundante. Pero lo que importa es que se ha respetado algo sustancial del original: la “comedia” no era satírica, sino fruto de que incluso en el mundo más terrible el humor es posible. Aquí también, aunque el personaje del amigo nerd (un gran Christopher Mintz-Plasse, aquel McLovin de Supercool) es un poco más cómico, también es más trágico. Aquí, de paso, el vampirismo vuelve a ser cosa seria, y no esa estupidez melosa de “Crepúsculo”. Se trata de que algo inasible, primitivo, sustancialmente malvado, vive al lado nuestro y, para peor, somos capaces de invitarlo a entrar. Como dijo Baudelaire, la estrategia del Diablo es hacernos creer que no existe. De eso se trata este film, que es mucho más que el mero entretenimiento de una fábula bien narrada: es, ni más ni menos, una precisa descripción en clave de miedo y suspenso de lo que nos acecha cada día. Un mentís a la paranoia estadounidense, aliens mediante: aquí el Mal es parte del propio barrio.