Perfecto homenaje
Colin Farrell se luce en esta remake de “La hora del espanto”.
Es sabido: ser vampiro hoy implica reconocer, quizás más que nunca, los varios sabores en que ha sido multiprocesado el mito del chupasangre. Los más vendidos vienen siendo el teen moralismo de Crepúsculo y sus vampiros que hacen del sexo un temazo (en el sentido “charla de madre que te habla de sexo a los 18”) y, en menor medida, vampiros que sí se ponen (y ponen al género) en pelotas, como los televisivos modelitos de True Blood .
Ahora, llega, bien con ese sabor a macho alfa grasa que solo él exuda, el vampiro versión Colin Farrell. Pero la gracia, divina, viene siendo que ese vampiro Farrell de Noche de miedo viene envuelto a su vez en la remake de un clásico (bien de esos que definen cofradías) como La hora del espanto (1985). Entonces, la maravilla del original, de jugar con el género pero respetándolo como si fuera un cuchillo, se hacía dueño de cierto cinismo, de cierta alegría y de cierto aire a película para ser vista en un autocine.
Aquí, Farrell, antes que ser esa cosa barroca modelo Entrevista con el vampiro (la matemática galancete más carisma chupasangre) es un vampiro común y corriente (o todo lo común y corriente que puede ser Farrell jugando a ser vampiro) que vive y se alimenta en un suburbio de Las Vegas y que, de repente, ve sacudida la modorra de siglo a siglo por un vecinito (Anton Yelchin) que empieza a sospechar que algo pasa con esas chicas que entrar y salen de la Casa Farrell.
El duelo entre el vampiro Farrell, (Jerry) y el vecinito enojado porque le relojean la madre (Toni Collette) y la novia (Imogen Potts) es, en manos de Craig Gillespie, una delicia de autoconciencia.
Como en un Tetris perfecto, todo cuaja: el respeto por las leyes básicas del género, la ironía del original, la grasa de Farrell, el guión de Marti Noxon (egresada con honores de la serie de culto Buffy la cazavampiros ), el 3D usado travieso y no abusado. Así, sin jugar con la ambigüedad, Noche de miedo se convierte en el perfecto homenaje y ejemplo de un cine hecho con más sonrisa de canchero a la Colin Farrell que con jeta de actorcete de color blanco heladera jugando a ser leyenda. Y eso, se agradece, con una sonrisa bien diabólica, como la de Farrell.