Adam (Dawid Ogrodnik) regresa a Polonia luego de varios años en el extranjero para visitar por sorpresa a su familia, que vive en una aislada zona rural. Es invierno y en pocas horas más se celebrará la Navidad. El protagonista filma todo con su camarita digital porque quiere hacerle un video a su hijo que nacerá dentro de algunos meses.
Cuando Adam llega lo reciben con sorpresa, pero también con bastante tensión. Se percibe un fuerte resentimiento, diferencias generacionales, envidias, reproches contenidos. Nuestro antihéroe (porque se trata de un personaje bastante especulador y manipulador) pronto dará a conocer sus intenciones: vender la casa del abuelo para montar un negocio en Holanda y luego devolverles a sus hermanos y a sus padres su parte con las ganancias. Algunos están de acuerdo, otros no tanto. Cuando la cosa empiece a complicarse, sacará el “as” de la manga: el inminente nacimiento del bebé.
Esta ópera prima de Piotr Domalewski parece una combinación y acumulación de elementos típicos e identificables de buena parte del cine de Europa del Este: intensa, moralista, algo cruel y con un fuerte espíritu tragicómico. La puesta en escena apela a una cámara en mano “nerviosa” para acentuar lo íntimo, cercano y tenso de los enfrentamientos familiares con una violencia contenida y latente que la acumulación de alcohol durante la velada amenaza con convertirla en explícita. La película maneja unos cuantos secretos, mentiras y enigmas a resolver en su parte final, aunque por momentos cae en el subrayado a la hora de exponer la tentación y la codicia como amenaza frente a la calidad de las relaciones humanas y al tan mentado espíritu navideño.
Para ser un primer largometraje es de destacar la potencia dramática, la solvencia formal y la buena dirección de actores por parte de Domalewski. Quizás con un poco más de sutileza esté llamado a convertirse en un realizador de fuste dentro del casi siempre interesante cine polaco contemporáneo.