La ópera prima de Piotr Domalewski revisita el reciente pasado polaco desde el ácido funcionamiento de una familia en las vísperas de Navidad. El hijo mayor, el pródigo, el que se fue a trabajar a Holanda para hacer dinero y volver a la patria, regresa a casa con un auto alquilado y un plan para su futuro. En el angosto trayecto hacia el pueblo de su infancia, ceñido por la nieve y la vaga intuición de los venideros reproches, Adam (Dawid Ogrodnik) filma un video casero para su futuro hijo, ensaya amargas confesiones para sus padres y celebra, entre oportunismo y desencanto, la misma lógica de la que ha intentado escapar con su huida a la tierra de las oportunidades. Domalewski elige una puesta en escena opaca y confinada a espacios opresivos para señalar una y otra vez los carceleros con los que lucha Adam: la repetida historia familiar, la imposibilidad de progreso, el ferviente catolicismo, el vodka como escapatoria, el barro que rodea a la casa como el pantano insondable de los cuentos. Por momentos, esas metáforas se hacen demasiado evidentes y la narrativa se torna previsible: la disputa entre hermanos, el cuñado villano, el padre borracho y frustrado. Sin embargo, la película es fiel a sí misma y sostiene en esa circularidad agobiante el tono que define al cine polaco contemporáneo, agudo observador de su propia historia, sin concesiones ni siquiera a la hora de la misa de Nochebuena.