Peligros edulcorados
A esta película le falta interés, profundidad y gracia para lograr el objetivo de hacer reír e inquietar a la vez.
Hay una desordenada apuesta por el ritmo, el vértigo y los diálogos espontáneos en Noche de perros, la película de Nacho Sesma. Pero sus méritos y sus problemas hay que buscarlos en el despojo con el que amasa la situación anecdótica que da origen al filme, una historia dirigida a un público joven que por su simpleza y linealidad argumental no logra convertirse en la comedia negra que debería ser. Le falta oscuridad e intriga a esta noche.
Todo ocurre después de una jornada laboral, en una larga noche de desencuentros y excesiva, a veces evidentemente forzada, mala pata. Enzo (Facundo Cardosi) trabaja en un estacionamiento y tiene pensado salir con su novia, pero algo anda mal entre ellos y entonces acude a su amigo Richard (Nicolás Goldschmidt), hijo de un comisario, que no puede evitar acompañarlo. De pronto están juntos, embarcados en una aventura nocturna y urbana que por su simpleza, linealidad del argumento y por explicar demasiado lo que debería ser inexplicable, pierde la que debería ser su mayor virtud: la capacidad de inquietar. Acaban de tomar un auto “prestado” del garage que debería cuidar Enzo, y pronto van a perderlo. Así arranca su azarosa historia de previsibles desencuentros.
Será porque estamos familiarizados con estos mundos nocturnos o porque es débil el perfil psicológico de sus protagonistas que la historia navega en la levedad, con situaciones anárquicas y cabos atados con alambre de fardo.
Vale el riesgo del director, es necesario filmar la noche. Y son discretas las actuaciones pero es difícil “creer” en lo que vemos, y eso es todo lo que hay.