Recurrir a un mito dentro del cine para poder contar así una historia no es cosa nueva. Desde sus comienzos, el cine adoptó de lleno lo que el filósofo y experto en mitología griega Kerényi Károlyen denominó “mitologema” y que es la reutilización del mito como forma ritual de narración. Desde The Searchers de John Ford, que metió a la perfección La Odisea de Homero en su western canónico, hasta la más reciente y maravillosa Avatar de James Cameron que tomó a la más cercana Pocahontas, los mitos y narraciones bíblicas también, por qué no, supieron resistir la devastadora lapidación del tiempo y su consecuente olvido. Hoy en día a Hollywood tanto no le importan estos mitos antiguos, por lo que prefiere reciclar fórmulas cinematográficas que hayan sido un éxito en el pasado. ¿Se puede entonces una película canónica transformar en mitologema? La respuesta es no. Puede sonar irresistible, tentador, pero la función del cine es distinta a la del mito. Se puede hablar de tecnificación del mito, aquella que consiste en vaciarlo y utilizarlo de manera superficial. Una cáscara sin más. Eso, más la llamada inflación de Hollywood, donde de una Halloween terminan saliendo diez Viernes 13, siete Pesadillas y cientos de variantes más.
Es decir, el cine ya utiliza el mito, lo recicla a su manera, siempre respetuoso. Esa misma reutilización ya se transforma en Mitologema, no se detiene una vez que fue reinterpretado por uno u otro, sigue funcionando las veces que fulanito o menganito tenga ganas. Para el cine, sin embargo, se denomina autoconciencia al hecho de adoptar tanto narrativa como estéticamente una obra y resignificarla, con toda la política y visión del mundo que su autor pueda abarcar en el tiempo que sea concebida. Tal es el caso de la generación de directores que en los 70 tomaron por asalto a la industria y a los Estados Unidos para contar las mismas historias, pero con la visión del mundo que se tenía en su momento.
En 1988 John McTiernan no sabía que la película que estaba estrenando iba a cambiar el paradigma del cine de acción mundial, además de ser un quiebre dentro de la cultura cinematográfica de todos los tiempos. Duro de matar, entonces, llegó para convertirse en esa película homenajeada, manoseada, copiada, imitada pero jamás igualada, a la que tenemos que adosarle tantas películas similares. Los resultados artísticos varían y son pocas las que salieron airosas entre tanta demanda y producción.
Lo descrito en éstos párrafos sirve de introducción para entender un poco cómo funciona la mecánica del cine actual y desde hace ya unos veinte años, y cómo puede una película actual, a casi cuarenta años del estreno de Duro de matar, adaptar su fórmula y transformar casi en mito a la película de los 80.
Violent Night de Tommy Wirkola es una comedia fantástica y de acción que funciona como un mix entre la ya mencionada Duro de matar, El último gran héroe (también de McTiernan) y algo de Mí pobre angelito. Acá Santa Claus existe, anda en su trineo arrastrado por renos, se escabulle por las chimeneas y reparte regalos a los niños que se portaron bien. Además le gusta darle al trago hasta vomitar y ser tan malhablado como un camionero. En una de sus rondas nocturnas para obsequiarle algo a la pequeña Trudy, llega a una enorme mansión custodiada por un equipo de seguridad y habitada por la abuela de la niña, una mujer poderosa que recibe a su interesada y un tanto disfuncional familia. La única que parece no encajar en los dramas familiares es la ya mencionada nieta de la mujer, niña que aún cree en Santa e intenta comunicarse con él mediante un viejo walkie talkie que su padre le obsequió. Pese a los tirones entre uno y otro, todo parece marchar sin mayores problemas. Hasta que un grupo armado de ladrones irrumpe armado hasta los huesos reclamando a la dueña de la casa un motín millonario escondido en una bóveda de máxima seguridad. Santa, que le da duro al alcohol, se entretiene en una habitación y queda encerrado mientras el grupo que conforma a los villanos arrasa con todo lo que puede. Sin salida, deberá hacerles frente e intentar salvar al menos la navidad de la familia en peligro. Para ello se cagará a trompadas con cada maloso de turno, sin piedad, sin distinción de sexo ni raza, empleando los métodos más violentos y dolorosos que se hayan visto en cine en mucho tiempo.
Bienvenidos a la llamada autoconciencia del cine en su máxima expresión. John McClane se disfraza de Papá Noel y cambia el Nakatomi Plaza por una mansión no menos lujosa. Si bien la fantasía intenta aludir a la fábula reparadora, marcando distancias entre casi todas las obras citadas con anterioridad, el resultado de Violent Night es lo suficientemente divertido y entretenido como para pedirle peras al olmo y no tomarla tan en serio. Es cine de evasión actual que prefiere tomar el género (el de acción, pero también la comedia) y hacer que funcione porque sus pretensiones son pocas, pese a que en ellas hay una visión del mundo, clandestina tal vez, pero interesante. Algo muy similar a la que McTiernan tenía cuando hizo El último gran héroe allá por 1993, salvando las distancias. Pero en esencia lo que hace funcionar a la película es que la mixtura entre dichos géneros es (valga la redundancia del término) generosa. No hay comedia parasitando cada segundo (cosa que viene pasando en muchas obras en los últimos tiempos), asfixiando al espectador con cientos de bobadas de las que funcionan cuatro o cinco como mucho. Las reflexiones sociales a partir de la ética y la moral de los personajes, realizadas en momentos donde la tensión saca lo peor de cada uno, permite al espectador reflexionar sobre la institución familiar, pues las tribulaciones que aquejan a aquellos parecen tan cainitas como las llevadas a cabo por los villanos.
Mediante la violencia desmedida, los chistes guasos y alguna incorrección política un tanto barnizada, Violent Night intenta acercarse a una visión cínica y oscura del mundo, si bien termina por desbaratarla en pos de redenciones y un espíritu navideño condescendiente que la transforma en esa fábula reparadora antes mencionada. Pese a ello la película rinde, entretiene con buenas armas y es digna candidata a erigirse como nuevo clásico para las futuras navidades en familia. Yippee Ki-Yay, motherfucker!