BADASS SANTA
Todo se trataba de mezclar en las dosis apropiadas el típico cuento navideño de aprendizaje y redención con la violencia física de la saga John Wick, la premisa de Duro de matar y la acidez de films como Matar a Santa o Un Santa no tan santo. Con esa suma de ideas, en Noche sin paz, el director Tommy Wirkola, que venía de un tropezón bastante fuerte con What happened to Monday?, recupera su mejor nivel. Ese que le permitió hace no tanto tiempo entregar ese delirio divertidísimo llamado Hansel y Gretel: cazadores de brujas.
La película hace confluir dos líneas narrativas: por un lado, tenemos a un Santa Claus (David Harbour en modo gruñón-sensible, que es lo que mejor le sale) ya totalmente desencantado, sumergiéndose en el alcoholismo y a punto de renunciar a su labor. Por otro, la reunión para las fiestas navideñas de una acaudalada y corrupta familia, donde la matriarca dicta las normas con mano de hierro y el resto de los integrantes acata, aunque todos tengan sus propias disputas y ambiciones. En ese contexto, un grupo de mercenarios encabezados por un John Leguizamo desatado -como casi siempre, aunque acá es pertinente- arriba a la mansión de la familia, dispuestos a tomar rehenes y llevarse una cantidad enorme de dinero. Pero claro, los criminales no contaban con un par de factores interrelacionados: que Santa iba a estar justo ahí para entregar los regalos (momento y lugar equivocados), que ese gordo señor tenía un pasado guerrero que le otorgó habilidades letales y que iba a estar motivado para salvar a una niña -la única persona realmente buena de todo ese núcleo familiar de ricachones- que todavía cree en él y en la Navidad.
Lo que viene a continuación es tan predecible como divertido: peleas, tiroteos y explosiones, con Santa tratando de eliminar a los mercenarios uno por uno y buscando volver a creer en sí mismo mientras intenta rescatar a la niña. Wirkola cuenta esto no solo con efectividad y simpleza en el abordaje, sino también con espíritu destructivo, o más bien, deconstructivo. Al fin y al cabo, hay también un espíritu lindante con relatos como ¡Qué bello es vivir! o Milagro en la calle 34, donde el recorrido afectivo es lo que finalmente importa, aunque en el medio todo sea una lucha salvaje. Por eso hay también una secuencia que funciona como perfecto homenaje -con algo de relectura- a Mi pobre angelito: el film pugna por recordarnos que la Navidad siempre fue una época donde lo luminoso y la oscuridad, las miserias y las virtudes, suelen darse la mano y complementarse de formas inesperadas.
Las casi dos horas de Noche sin paz se pasan volando, básicamente porque la apuesta del guión es por la diversión permanente -incluso se deja llevar por la subtrama de comedia familiar, que es de un trazo grueso explícito y deliberado, y por eso efectivo- y la puesta en escena de Wirkola va en sintonía con eso. Hay unas cuantas lecciones de vida, pero siempre remarcando el artificio de la narrativa navideña y acompañando lo que realmente importa: la acción desatada, con un protagonista que podría parecer inverosímil, pero que rápidamente se hace creíble desde su humanidad innata. Si Duro de matar era la película navideña por excelencia detrás de su molde espectacular, Noche sin paz hace el camino inverso: sus estereotipos navideños se ponen al servicio de la espectacularidad. Y lo cierto es que esa estructuración sale más que bien.