En la previa al lanzamiento mundial de “Noé”(USA, 2014), y luego de él, hubo un sinfín de voces encontradas criticando, antes de ver siquiera una imagen, el posible “sacrilegio” que se estaba por cometer.
Luego del estreno las críticas continuaron en la línea del respeto o al evangelio o a la fidelidad sobre la historia original (extraída obviamente de La Biblia), pero también hubo un grupo de detractores de esta nueva versión relacionado al apego que existe sobre las películas bíblicas que el Hollywood de oro plasmó en celuloide.
Obviamente las cintas realizadas por maestros como Cecil B. DeMille no entran en discusión, pero así como este último grupo se ha quejado por las recientes remakes que se han realizado de clásicos de los años setenta y ochenta, es hora de hablar de la posibilidad de una nueva lectura que se puede hacer sobre el género y que este año con varias películas colmará las pantallas.
“Noé” es el producto de un Darren Aronofsky más convencional y menos delirante. En la epopeya que narra sobre el personaje que construye un arca para salvar una pareja de animales de cada especie, hay una humanidad que hasta el momento ningún otro realizador pudo lograr ni plasmar. Esta película no podía hacerse en otra época.
Russel Crowe es un Noé bien actual, que independientemente de la tarea divina que le encomendaron debe luchar contra sus propios miedos y fantasmas. Hay un trabajo sobre la psicología del personaje que excede la historia del milagro.
En la exacerbación de los gestos, como así también en la dureza con la que se relaciona con su mujer Naameh (Jennifer Connelly, una asidua colaboradora de Aronofsky) y sus hijos Sem (Douglas Booth), Cam (Logan Lerman) y Jafet (Leo McHugh Carroll), es en donde el director nos habla de otra cosa. Ya no nos cuenta la conocida historia llevada una y mil veces a la pantalla grande (hasta en argentina se realizó una versión animada), sino que explora la naturaleza humana frente a diferentes situaciones.
El pueblo que pasa una hambruna generalizada (con imágenes crudas y realistas), y vive en el caos y el pecado, es aquel con el que Noé deberá luchar para evitar que se suban a su construcción salvadora. Pero también Noé deberá luchar con sus impulsos y deseos más profundos, aquellos que se disparan luego de cada “comunicación” que tenga con Dios.
En este punto es importante la utilización ya no sólo del 3D (que dota de más presencia a la épica tradicional), sino de la animación digital, creando un sueño que se repite a lo largo de todo el filme y que nos ubica en un lugar de conocimiento mayor que los propios allegados a Noé.
La paleta de colores que escoge el director para narrar es la misma que ha utilizado en filmes como “Requiem for a dream”, salvo que en esta oportunidad, el gris y el azul, dejarán lugar para aquellos momentos que se inician posterior al diluvio universal a colores vívidos e impactantes como el verde y el rosa.
En “Noé” también hay otros dos personajes claves en esta historia (más allá de su familia), y son Matusalén (Anthony Hopkins) e Ila (Emma Watson), que lograrán quebrar y torcer algunas de las decisiones extremas que Noé quiere llevar hasta las últimas consecuencias cegado por sus propios tormentos.
Tormentos impermeables que ni siquiera algo como la lluvia, descripta como “el fin de todo y el principio de todo”, o como aquello que “limpiará todo lo malo”, siendo los animales los únicos seres “honestos y puros” que pueden salvarse, pueden eliminar.
Dentro del arca (otro acierto del filme, una megaconstrucción símil nave espacial) el agua no llega, razón por la cual el mal y los pecados siguen latentes convirtiéndose en los conflictos vectores del filme.
El vuelo de algunas escenas (el relato de la creación), algunas actuaciones (Crowe, Watson, Connelly), como también la elección de ciertas estrategias discursivas cinematográficas(paneos, planos detalles, ubicación de la cámara), hacen de “Noé” una propuesta interesante, de un realizador que antes transgredía pero que en esta oportunidad ha decidido ceñirse a las leyes de una industria que intenta recuperar un género en decadencia y nada más que eso.