La realizadora de «The Rider» cuenta la historia de una mujer que enviuda y se une a una comunidad de nómades viajando y trabajando a través de varios estados del oeste norteamericano. Con Frances McDormand. Nominada a seis premios Oscar.
NOMADLAND bien podría ser una canción de NEBRASKA, el álbum de Bruce Springsteen de 1982 que narraba historias de personajes de la América profunda y desconocida. Uno puede imaginar tranquilamente a Bruce, acústica y armónica en mano, cantando acerca de los caminos y devenires de Fern, una mujer de unos 60 años que vivía en Empire, Nevada, una ciudad que literalmente desapareció del mapa al cerrar la fábrica de yeso en la que trabajaba junto a su esposo. Tras la muerte de su marido, Fern decidió vender todo, meter sus cosas en un depósito, comprar una van y salir a recorrer el oeste del país, consiguiendo trabajos ocasionales aquí y allá, y pasando a formar parte de la comunidad de «nómades» que da título al film.
Chloé Zhao (realizadora de THE RIDER y, llamativamente, a cargo de la seguramente muy distinta THE ETERNALS, de Marvel) toma una perspectiva similar a la de Springsteen a la hora de retratar a Fern, creando un relato «acústico» que en tono de balada sigue a la mujer mientras va y viene por distintos lugares del país encontrándose con gente que vive en similares condiciones y tratando de decidir qué hacer con su vida. Es un retrato naturalista y despojado, con mucho de documental (salvo los protagonistas, la mayoría de las personas son parte de esa cultura nómade), que observa un modo de vida poco conocido dentro de los Estados Unidos desde una mirada compasiva y humanista.
Es, también, una película sobre la clase trabajadora, gente de pocos recursos y sin lugar fijo («somos houseless, no homeless», dicen) que la pelea día a día para sobrevivir en un país en crisis y que siempre tiene lo justo para seguir adelante. Y si bien Zhao filma en zonas que uno podría definir como «Trump country», sus solidarios personajes –muchos de lo cuales bien podrían haber sido hippies hace medio siglo que hoy siguen girando por América del Norte– parecen tener una filosofía de vida muy distinta, ayudándose unos a otros y compartiendo historias de vida dolorosas y emotivas.
Zhao introduce algunos elementos que atacan el tono documental desde afuera. Uno de ellos son los actores: Frances McDormand y David Strathairn. El otro: la música, compuesta por Ludovico Einaudi. El riesgo que se corre al poner actores –que su fama impida al espectador creerse del todo el mundo que observa– está muy bien resuelto porque ambos, especialmente McDormand, se funden a la perfección en el ambiente, funcionando muchas veces como oyentes de las historias de los otros, testigos de un mundo que para ellos (y para los espectadores) es nuevo pero que el resto de los nómades conoce bien. El tema de la música es un poco más complicado: si bien es bella y usualmente está utilizada de un modo sutil y efectivo, por momentos invade la película de un modo un tanto forzado haciéndole perder esa sensación de veracidad. Es, quizás, el mayor problema de la película.
Fern irá de lugar en lugar, de trabajo en trabajo (pasa de un gigantesco depósito de Amazon a limpiar baños en una suerte de resort turístico) y se unirá a distintos grupos de nómades que circulan por los bellos paisajes del oeste norteamericano, desde Nevada a South Dakota, de Arizona a Nebraska, siempre escapándole al frío. Son conexiones breves, temporales («golondrinas» se diría en la jerga laboral) pero que marcan a una mujer que está tratando de entender si esa forma de vida es posible para ella.
Habrá conexiones más importantes. Una será con Linda (Linda May), una veterana mujer que trabaja con ella temporalmente en Amazon y que luego la invita a Arizona a ser parte del grupo que comanda un tal Bob Wells (nombre real) que es una suerte de guía –más práctico que espiritual– de uno de los tantos grupos de nómades que recorren el país. Allí aprenderá algunos secretos acerca de esta comunidad e irá cruzándose con ellos a lo largo del tiempo. También conocerá a Swankie (nombre real también), otra veterana mujer de la ruta de la que se hará amiga y con la que compartirá historias de vida. Y por último a Dave (Strathairn), con el que establece una complicada pero cercana relación y quien le ofrece la posibilidad de pensar en volver a radicarse en un lugar fijo.
Pero NOMADLAND, como su título invita a pensar, no es una película de trama ni de grandes aventuras sino, más bien, una crónica de un viaje con una serie de encuentros (y reencuentros) en el camino, una exploración acerca de los sacrificios, de la soledad pero también las libertades de quienes deciden vivir on the road. Como FIRST COW o MINARI –por citar dos películas recientes con la que pelea premios y nominaciones, aunque se podría mencionar también aquí THE FLORIDA PROJECT o LEAVE NO TRACE de unos años atrás–, el film de Zhao comparte un tono calmo, una economía argumental y un poder de observación sobre el mundo real (el del trabajo de sueldos mínimos, de la gente «de a pie» y del esfuerzo cotidiano) que la aleja por completo de gran parte del mainstream –y aún de buena parte del cine independiente– de de su país adoptivo.
Y aún más que en esos films aquí hay un tono elegíaco que, como sucedía en THE RIDER, invita a comparaciones con el cine de Terrence Malick o LAS VIÑAS DE IRA, de John Ford. Pero tengo la impresión que tanto el film de Zhao como MINARI (ver crítica aquí) tienen cierta forma de acercarse a los materiales que bien se podría definir como asiática. Podría parecer un comentario obvio (Zhao nació en China y Chung es de familia coreana) pero, en la forma que esos materiales cobran vida en la pantalla, se nota que la sensibilidad cinematográfica de ambos está atravesada por influencias como las de Jia Zhangke, Hou Hsiao-hsien o hasta el cine de Wang Bing, entre otros. Y me atrevería a decir que, salvo por el uso de la música, hay cierta similitud estilística entre estos films y buena parte del llamado Nuevo Cine Argentino de los primeros 2000.
El emotivo y sensible viaje de Fern en NOMADLAND no se define ni por el punto de partida ni por el de llegada. Como en esas canciones de Springsteen que mencionaba antes, la historia se va armando en el camino, en las íntimas reflexiones que despierta en ella la vida vivida hasta el momento y las incógnitas que se le presentan a futuro. Un recorrido que refleja, más allá de diferencias específicas, el mundo que a muchos les tocará vivir en los próximos años. Un mundo en crisis pero también uno que se abre a oportunidades jamás imaginadas y a horizontes que, por más que uno crea estar acercándose, siempre están igual de lejos.